15 de julio de 2008

Número 6

Tiempo legendario

Tiempo legendario

Se sabe, Santiago vivió su tiempo legendario, en épocas no tan lejanas. Apenas hay que dar vuelta para atrás unas páginas de la historia, para encontrar algunas de las leyendas fundacionales de la provincia. Están a la vuelta de la esquina. De las tres más importantes, el Linyerita de la Belgrano y vías, el bulón de oro del puente Carretero y los túneles que salían de la casa de Juan Felipe Ibarra, dos no han cumplido un siglo. Esto quiere decir que están vivos algunos de quienes fueron testigos de esas leyendas. O sus hijos, que si son ciertas las afirmaciones sobre las verdades de la transmisión oral, vienen a ser testigos casi de primera mano.
El Parnaso santiagueño tiene sus dioses, semidioses, héroes, mitos, próceres mayores y menores. Y sus antihéroes. Siempre, por supuesto, más aquí de la Telesita, la Almamula y otros seres que poblaron estas tierras en la prehistoria y que son justamente recordados por el folklore más antiguo. Y algunos personajes anónimos que se colaron para siempre en la eternidad, con algún gesto que hace que todavía hoy sigan presentes en el recuerdo popular.
Hubo un tiempo luminoso de la ciudad, recordado por vates de la altura de Jorge Rosenberg o historiadores de vivencias, como Pedro Rojas Cuozzo.
En la Urquiza y Belgrano había un puente y desde allí el agua corría calle abajo hacia la Roca, recordando a todos que el pasado campesino estaba a la vuelta de la esquina, apenas pasando el barrio de las Catalinas. El estadio de Central Córdoba, en el que a veces las hinchadas desean la muerte de los rivales, era el cementerio de la ciudad, barrio de Cantarranas, según los memoriosos. Para el otro lado, en lo que hoy es pleno centro todavía, Cachi Pampa no imaginaba las campanas de San Roque siempre puntuales, llamando a misa.
Y en medio de ese Santiago que despertaba a inventos modernos que al fin llegaban, un joven Vicente Gigli, tomaba fotografías, inmortalizando para siempre una leyenda que, gracias a sus hijos y sus nietos sigue vigente. Santiago sería mucho menos, si no se hubieran levantado registros gráficos de lo que sucedía, porque la historia no es lo que sucedió sino lo que se sabe que sucedió.
Como los mitos y las leyendas.

Por qué 40 días


La Cuaresma que está terminando, refiere a un número varias veces nombrado en la Biblia que guarda para quienes la escribieron un simbolismo que enlazaría con antiguas creencias astrológicas.

La Cuaresma que está por terminar, abre para los cristianos un período de 40 días de oración, penitencia, abstinencia y ayuno, para recordar que la vida en la Tierra es pasajera; pero ¿por qué dura 40 y no 10, 30 ó 70 días?
Este número, varias veces nombrado en la Biblia, guardaba para quienes la escribieron un simbolismo que enlaza con antiguas creencias astrológicas según las cuales, cada 40 años, se experimenta un giro radical en las conductas: se deja lo viejo para comenzar algo nuevo, se es otro hombre, otra generación.
La Cuaresma recuerda los 40 días del diluvio universal, los 40 días que Moisés estuvo en el Sinaí, los 40 días de arrepentimiento de los ninivitas tras la advertencia de Jonás, los 40 días del ayuno de Cristo y los 40 años que los judíos deambularon en el desierto, entre otros. ¿Por qué?
Todos los especialistas en temas bíblicos coinciden en afirmar que la alusión al 40 simboliza el cambio de un período a otro.
Si se observa, después de 40 días y 40 noches de lluvia, el mundo fue otro, nació una nueva humanidad. Moisés estuvo 40 días en el Sinaí y recibió las tablas de la ley que cambiaron totalmente el concepto del bien.
Los judíos pasaron 40 años en el desierto hasta que murió la generación infiel que adoró al becerro de oro, y surgió la nueva, fiel a Yahvé. También Jesús ayunó 40 días tras los que comenzó a predicar.
Los astrólogos sostienen que alrededor de los 40 años la gente da vuelta la hoja y comienza a vivir de otra manera, empujadas por el ‘cambio’ que les impone el planeta Urano -al que llaman ‘el despertador del zodíaco’- cuando completa la mitad de su órbita (180 grados) en relación al lugar que ocupaba al nacer.
Que los antiguos nada supieran acerca de Urano (fue descubierto en el siglo XIX) esto no significa que no existiera y pudiese influir energéticamente, sostienen.
Y explican que antiguamente se apreciaba sobre generaciones el ‘cambio’ propuesto por Urano, porque la vida era muy corta, y que ahora se nota a nivel individual, porque la existencia se alargó.
Las alusiones a los 40 días o los 40 años que se hacen en el Antiguo y el Nuevo Testamento se deben a que ambos fueron escritos en tiempos en que la Astrología era el máximo saber.
A tono con esto, si la Cuaresma dura 40 días, en vez de 10, 30 o 70, es porque mediante el ayuno, la oración y la penitencia se le propone al hombre arrepentirse de sus pecados y “cambiar”.
Su primer día, el Miércoles de Ceniza, también obedece a una antigua tradición judía, de cubrirse la cabeza con un polvo blanco cuando hacían algún sacrificio.
Similar precepto cumplieron los ninivitas, luego de que Jonás les advirtiera que en 40 días, Nínive, sería destruida debido a sus pecados. La Biblia cuenta que hombres y bestias ayunaron y que se cubrieron con sacas (de cenizas) en signo de conversión, lo que al final llevó a Dios a perdonarles la vida.
En los primeros tiempos de la Iglesia, los que querían recibir el Sacramento de la Reconciliación también se ponían ceniza en la cabeza para manifestar su voluntad de convertirse al cristianismo.
En el siglo IV la Cuaresma adquirió un sentido penitencial y data del siglo XI la costumbre de hacer en su primer día la imposición de cenizas sobre la testa de los fieles.
Aquellas se obtienen de quemar las palmas del Domingo de Ramos del año anterior y su significado es recordar que lo que en la Tierra es signo de gloria y riqueza, pronto se reduce a nada; en cambio, el bien realizado es el pasaje al paraíso.
La imposición de cenizas es acompañada con el ruego ‘Concédenos, Señor, el perdón, haznos pasar del pecado a la gracia y de la muerte a la vida’; y con la admonición ‘de polvo eres y en polvo te convertirás’.
En un principio la Cuaresma significó varias jornadas de ayuno y la total abstinencia de carne, huevo y leche por 40 días. Hoy sólo persiste ayunar el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo. La abstinencia se reduce a no comer carne (salvo pescado), obliga desde los 14 años y excluye a los enfermos; el ayuno admite una comida al día y se aplica a gente sana de entre 18 y 59 años.
Sirve para pedirle perdón a Dios por haberlo ofendido y decirle que se quiere ‘cambiar de vida’, tal como manda Urano.

Los comienzos de la fotografía en Santiago


Nano Gigli atesora el archivo fotográfico y fílmico de su padre más el que fue creando a lo largo de su vida. En una larga conversación con esta revista contó a cerca de los inicios de una técnica por entonces revolucionaria en la provincia.

La creación de la fotografía se remonta a 1850. Sacar una fotografía en esa época era todo un arte, porque era muy complicado. Las cámaras había que montarlas en un trípode y el sujeto tenía que estar inmóvil varios minutos a pleno sol. Por eso en Santiago, muchas fotografías no había, porque con el calor, nadie se exponía a estar media hora en el sol. Con el tiempo fue avanzando la fotografía, se hicieron películas más sensibles, que requerían menos tiempo de exposición.
En Santiago hay muy pocos registros fotográficos hasta 1900. Luego sí, Santiago contaba con fotógrafos profesionales, como el señor Andreoli, que realizaba los clásicos retratos. Era una profesión muy lucrativa, porque un retrato era bastante costoso, pero nadie se daba el gusto de no tener uno. Luego mi papá, Vicente Gigli, que había fundado la casa en 1910, se interesó por la fotografía. Adquirió primero una cámara que utilizaba un film pack, que era anterior al rollo, como el sistema de la Polaroid, varios negativos que se iban sacando unos tras otros mediante unas lengüetas. Expuso las fotos en la vidriera, luego las vendió y logró que de la firma Kodak, que era sinónimo de fotografía, como lo es ahora, la representación exclusiva de sus productos.
Entonces en su casa, aparte de sacar retratos hacía el servicio de revelado y venta de cámaras fotográficas.
Mi padre, en su afán de brindar un servicio a la comunidad, que lo siguió toda la vida, más que un comerciante, amaba su profesión, así que tomaba fotografías de todos los acontecimientos que sucedían en Santiago y luego los exhibía en la vidriera, sin tener en cuenta el lucro. Luego se interesó por el cine, y así registró con su cámara cinematográfica -las primeras eran a manivela, muy pesadas y difíciles de manejar- todo lo que se producía en Santiago del Estero, acontecimientos sociales, deportivos, públicos, desfiles, inauguraciones. Comprendió desde un principio el valor que tiene la fotografía y más aún el cine, como documento gráfico, porque con el cine se puede ver el movimiento, cosa que la fotografía no logra al ser estática, es un segundo nada más lo que registra.
Tengo un archivo de muchas imágenes, lamentablemente con el tiempo muchas se han ido perdiendo, porque el material del cine especialmente, tiene una vida útil de unos cincuenta años. El celuloide se va degradando, hay que hacer copias. Ahora está la ventaja del video, se pueden transcribir todas las imágenes fílmicas en video, porque antes era muy oneroso hacer una copia de una película. Los negativos también sufren mucho deterioro con el tiempo y así se han perdido muchos registros. Santiago tenía al menos una ventaja, porque el clima era más seco, pero se ha visto, incluso en Hollywood, que mucho material se ha perdido a causa de la humedad.
Yo desde joven me crié en ese ambiente, mis juguetes eran los rollos fotográficos, de joven saqué fotografías de todo. Intensifiqué la actividad cuando Santiago contó con un canal de televisión, allá por el año 65. Ahí volqué toda mi inquietud, filmando para el noticiero, cortos publicitarios y programas. Siempre en base a esa característica del cine, como documento gráfico. Tengo muchas satisfacciones, de que mucha gente, a pesar de que pasaron muchos años, recuerda esas realizaciones. Después he tratado de conservar todo el material para ponerlo a disposición de las nuevas generaciones y tratar de inculcar a la gente, a los mismos fotógrafos, a los aficionados, que la fotografía es un arte, que no se limiten a la parte técnica. Está habiendo un cambio rotundo con el sistema digital, yo digo que siempre es la parte artística la que debe predominar, hay que prepararse, hay que estudiar, observar. Porque no es sólo encuadrar y apretar el disparador, hay que capacitarse. Eso es lo que veo en Santiago, no basta con el entusiasmo. Hay gente que dice “a mí me encanta la fotografía” y comprando una cámara de diez megapíxeles ya se considera un fotógrafo. Como el artista, que le gusta el teatro ya se considera un actor sin haberse preparado del todo. Todo está en la capacitación.

Hubo un período en que la gente fue desechando lo viejo. A partir del año 50 y pico, empezó la modernidad, todos desecharon los muebles, porque los consideraban no antiguos sino viejos. Así tiraron las sillas, las arañas y los cambiaron por los tubos fluorescentes y se perdió lo antiguo. Ahora se está rescatando y revalorizando los muebles antiguos como objetos artísticos. Mucha gente se ha desprendido de esas cosas que para algunos no tienen valor. El diario “El Liberal”, hace un par de años tuvo la intención de acopiar todo el material fotográfico existente en Santiago. Invitó a la gente a que le done o le presente sus fotografías y fue muy arduo el trabajo porque todos habían tirado lo que tenían. Incluso casas de fotografía habían tirado sus archivos. “El Liberal”, en esa época no contaba con sus propios fotógrafos, sino que los fotógrafos independientes aportaban sus trabajos, así que mucho del archivo del Liberal no hay, digamos de antes del año 60. Tenía un convenio con Mattar, por canje de publicidad, estudios “Mattar” sacaba tres fotografías por día y se las entregaba al diario. El Liberal no tenía sus propios fotógrafos. Desde el año 60 en adelante ya tuvo archivo registrado.
A nosotros nos tocó eso. Estaban construyendo una galería, al lado de casa, un buen día voltearon una pared medianera y los escombros se fueron encima del archivo que teníamos de fotografía, y una buena parte se perdió. Es algo imprevisible y que sucede. Por eso no tengo todo el archivo porque ocurrieron esas cosas.
En cuanto al material fílmico, es decir todo lo que filmó mi padre en la primera mitad del siglo XX, películas de celuloide, está resguardado en la editorial “El Liberal”, en unas cámaras especiales a prueba de fuego y de humedad, de esa forma se van a preservar por mucho tiempo, aparte han sido pasadas a video. Los negativos ya los he digitalizado y los tengo resguardados en copias de discos compactos.
Mucha gente, incluso mi familia me ha dicho para qué guardas esas cosas viejas, pero ahora se dan cuenta de que era importante. Porque la gente se interesa por las cosas antiguas. En el negocio que todavía conservamos hay un reloj a péndulo, grande pared, casi un símbolo de casa Gigli. Fue adquirido por mi padre en 1913, lo trajo de Alemania y ha estado desde ese entonces en casa.
Los primeros cincuenta años, como en prácticamente todas las casas se contaba con un reloj de pared, más chico, más grande, con sonería, sin sonería, no llamaba la atención, nadie lo miraba. Pero ahora, en la actualidad, entra un niño, de 8 o 9 años, le llama la atención y pregunta porque es algo que se ha ido perdiendo. Ahora un reloj es digital, en vez de madera tallada es de plástico y a pila. Se está descubriendo el pasado. Hubo un abuso cuando vino la era del modernismo, en 1950, 60, vinieron los muebles funcionales, pero cada vez los hacían más simples y llegaron a ser simplemente una chapa, sin ninguna moldura, sin nada, sin ningún trabajo. Se abusó de la modernidad, se reemplazó una buena madera por la fórmica, que es un plástico. Ahora se está queriendo volver, pero se esté perdiendo mucho de la artesanía que tenían las cosas. En Santiago y en todas partes un profesional era un buen profesional, en el sentido de que un herrero no era soldador y un doblador sino un artesano que realizaba obras de arte. Ahora uno ve un simple balcón y le llama la atención.

Al principio las fotografías digitales no se asemejaban en lo más mínimo a la tradicional o analógica, como se llama ahora. En la actualidad alcanzó la calidad de las tradicionales y en algunos casos la ha superado, con una serie de ventajas que no tenían antes. La ventaja principal es que uno sabe inmediatamente cómo ha salido la fotografía. Al tomarla y volverla a ver en la pantallita, uno ve si es buena o mala o tiene que repetir. Antes había que esperar un día o dos para ver eso.
Una cosa es el ojo humano y otra la fotografía. El ojo reacciona a todas las luces. Pero en la fotografía, si hay poca luz, todo sale negro. Ahora tiene otra ventaja, que es el trabajo que se le puede hacer en la computadora a posteriori. Pero no es cuestión de tomar la fotografía así nomás, requiere un poquito de cuidado. Hay que tomar la fotografía bien encuadrada, que no haya cabezas cortadas o alguna cosa atrás, todos detalles inciden en una buena toma. Hay que tener cuidado en el encuadre y en la composición.
En la fotografía no hubo muchos adelantos, a través de los años. Me parecía, antes de la aparición de la fotografía digital, que debería haber existido un sistema mucho más moderno, que el clásico de revelar con líquidos y lo que eso significaba: revelar, fijar, secar, luego hacer las impresiones, con otro lavado, revelado y secado. Me parecía un sistema muy anticuado. Pensaba que podía venir un sistema en seco o electrónico. Desde un comienzo la fotografía fue en blanco y negro. El que inventó la fotografía, cuando logró la primera se debe haber preguntado por qué no me salió en colores. Fue una búsqueda, hasta que se lo logró, casi cien años después. Los adelantos eran muy lentos, como en toda la técnica. Pasaban veinte años para que hubiera un pequeño adelanto. Ahora, gracias a la computadora, se aceleran los tiempos. Anteriormente, para diseñar un solo lente de una cámara fotográfica, que obtuviera un ángulo de dos grados más que el común, un grupo de veinte o treinta físicos ayudado por calculadoras manuales, demoraba de un año a un año y medio para hacer todos los cálculos que requería. Ahora, con la computadora, en un par de segundos -no digo minutos- se obtiene el mismo resultado.
Yo tengo algo que para mí es un tesoro, una cosa que tiene valor únicamente para mí. En ese sentido yo me siento privilegiado y creo que pocas personas en el mundo pueden ostentarla. Es una imagen fílmica, o sea de cine, que dura apenas unos segundos. Es una escena que el ser humano no puede retener, porque al tener un mes de vida, no puede tener ese recuerdo. Es una imagen, cuando yo tenía unos días de vida, con mi mamá que me está amamantando. Es una escena corriente ahora, pero verla después de 74 años... cuando muy pocos usaban el cine. Ahora sí, todo el mundo la puede hacer, pero ver una escena de esas, que la memoria humana no puede retener, después de muchos años, no creo que haya nada más hermoso en el mundo.

La donación

Las cámaras fotográficas y elementos que usaba mi padre, lo hemos donado al museo histórico y ahí se ha levantado una sala dedicada a todo ese material, con fotografías que también hemos donado. Personalmente muestro a los escolares imágenes fílmicas de la historia de Santiago de la primera mitad del siglo veinte. Pienso que es el período que en la provincia hubo grandes realizaciones y desde luego cambió el modo de vida de los santiagueños. En esos cincuenta años Santiago fue muy rico en experiencias, actividades y concreciones. Se concretaron el teatro 25 de Mayo, el Puente Carretero, la Costanera, hubo grandes obras como la escuela Del Centenario, el hospital Independencia. Y después el estilo de vida, les recalco a los chicos cómo era la vida en Santiago: la tranquilidad, la cultura que reinaba en esa época. Hay que recalcar que no todo lo nuevo es bueno. Mucha gente dice que hay que actualizarse.

Digital
La fotografía digital es algo que a mí personalmente me sorprendió. No podía creer que la firma Kodak dejara de fabricar los rollos de película. El dueño de Kodak, George Eastman fue el creador del rollo. Hasta esa época se usaba la placa de vidrio y él inventó el rollo. Se podría parangonar a George Eastman con Henry Ford. Ford, que quería que toda la gente tuviera un auto. Y Eastman que todo el mundo sacara fotos. Entonces las primeras cámaras eran lo más fácil de hacer “usted apriete el disparados, nosotros hacemos todo el resto”. Las cámaras ya venían con el rollo incorporado, uno tomaba las 20 ó 3o fotos, las entregaba al laboratorio que las revelaba y lo volvían a cargar. Eso puso la fotografía en manos de todos los aficionados.

Retoque
Ahora existe la posibilidad que antes estaba reducida a los profesionales, en cuanto al retoque. El retoque lo hacía antes una persona muy especializada para obtener un brillo en un ojo o eliminar una sombra indeseable, se iba raspando la emulsión, un trabajo artesanal engorroso. Ahora está el “Photoshop”, que soluciona todos los problemas, por supuesto que hay que usar una computadora, pero ahora están al alcance de los chicos. Eso permite mejorar las fotografías, pero se presenta el caso de que una fotografía puede no reflejar la realidad: en un partido de fútbol la pelota la puedes poner donde quieras. Eso genera el problema de saber si la fotografía puede usarse como prueba legal en un juicio, como se hacía antes con los negativos.

Experiencia vital

Juan Manuel Aragón

Jorge Juan comenzó su carrera de fotógrafo en Suncho Corral. También es uno de los cineastas que mejor ha mostrado la realidad de Santiago y de Siria y El Líbano, el pago de sus abuelos. Aquí cuenta algunos detalles de su apasionante trabajo.

El fotógrafo Jorge Eduardo Juan, desborda entusiasmo cuando se le pide que cuente sus comienzos como fotógrafo y realizador cinematográfico.
“Al lado de mi casa, en Suncho Corral, estaba el cine Monumental, esto influyó vitalmente en mi carrera. Era un cine con una construcción hecha especialmente para cine, muy moderno para la época. Te diría que yo vivía para el cine, no solamente durante la función, que los sábados y domingo tenía dos funciones, matinée y noche, sino que al día siguiente, cuando limpiaban la cabina de proyección, siempre quedaban retacitos de películas, Carlos Estrada, Lolita Torres y esos fotogramas que me enloquecían. Mis padres, que eran comerciantes, se visitaban con otra gente, hablaban de sus cosas y con las chicas, empleadas domésticas que trabajaban en esas casas, en los rollos de papel de las calculadoras de antes, pegábamos fotitos como si fuesen secuencias de las películas. Esa era mi pasión.”
Después cuenta que cuando le va mal en el cursillo de ingreso, en la facultad de Arquitectura en Córdoba, en el 69, no quería estar sin hacer nada y se inscribió en un curso por correspondencia, en la escuela Sudamericana pero, dice “tampoco iba a aguantar todo lo que dura el estudio por correo así que fue vital mi experiencia con Tití Cervera, que me dio un curso y Guillermo Morales, que me enseñó a revelar”.
Y a los dos meses de su “mala hora” en Córdoba, para la fiesta del 25 de Mayo ya estaba sacando fotos en Suncho, profesionalmente. “Quería revertir rápido la experiencia, no soy de cantarle a los fracasos”.
Así comenzó su carrera, pero además con una seguridad total, porque conocía la sociología de Suncho, sabía que iba a hacer lo que quería y así fue, porque no terminó ese año y ya en el 70 hacía audiovisuales.
Hacía secuencias de los partidos de fútbol o de otros acontecimientos del pueblo. Los trenes pasaban dos o tres veces por semana, y Jorge Juan enviaba rollos con diapositivas al laboratorio Agfa, de Tucumán.
El viernes ya tenía el revelado. Después pasaba las diapositivas en una confitería que lo auspiciaba.
También revelaba en blanco y negro y, por supuesto, la gran entrada de dinero era en carnaval, porque en esa época la gente que venía de Buenos Aires, sacaba seis o siete rollos por noche. “El revelador tenía olor a talco y a fijador y a cerveza y a pastel. Son recuerdos muy fuertes que tengo del pueblo”, dice, rememorando esos tiempos…
-¿Cuándo viene a Santiago?
-Siempre venía a Santiago por cuestiones familiares o sociales. En una época la clase media de Suncho quedó vaciada, porque el pueblo dependía del trabajo forestal. En el 70 muchos amigos y amigas se vienen a Santiago y yo venía a sus fiestas de quince, cumpleaños o venía un cantante o pasaban una película que había que ver.

-Pero, cuándo se instala definitivamente en Santiago.
-Mirá, ni hasta hoy puede decir definitivamente, porque por ahí me llaman a hacer fotos en medio del monte o a filmar algo que me interesa y voy, por eso no te puedo decir que estoy definitivamente en Santiago. Pero en el 85 me establezco con local, con nombre apellido y dirección.
-¿Cuál fue su primera cámara fotográfica?
-Una Beirette, que me prestó mi amigo Chochín Vittar, después tuve una Ricoh, de la Negrita de Julián, de Suncho también y mi madre después me regaló una Topcon que adquirió en Buenos Aires adonde ella siempre iba a comprar ropa para el negocio. La estrené el 9 de julio del 69, fue la primera cámara mía.
-Pero también tiene una importante participación en el cine.
-Antes de “Por qué, por quién”, que fue la primera película que se comenzó a filmar en enero del 71, hice cortometrajes. Le compré los equipos a Hugo Ferreyra Marcos, de Tucumán que traía cosas muy novedosas. Le compro la máquina filmadora y el proyector en agosto o septiembre del 70. Y en el 72 filmo “Por qué, por quién”. Paralelamente ya había comenzado estudios de sociología. La película trata sobre la explotación del obrero forestal. La hicimos con un grupo de gente que había hecho teatro, de la generación anterior y de la nuestra, que éramos universitarios, estudiábamos sociología, abogacía y el protagonista estudiaba medicina. La película fue filmada en Suncho Corral, con exteriores en Córdoba, Tucumán y Santiago y la publicidad decía: “Queda a criterio del espectador si los hechos que transcribimos pertenecen a la realidad o a la imaginación del autor”. Fue la primera película hecha íntegramente en Santiago del Estero.

-Qué recuerdos tiene de la película.
-Fue filmada en Súper 8 y tenía un potente mensaje social. Yo estaba en una carrera, sociología, que para la época era considerada “caliente”. La gente miraba a un sector de la sociedad de Suncho y veía que abusaba de los peones y a pesar de que convivíamos con esa gente, éramos conscientes de lo que pasaba y queríamos tomar partido, mostrar que no estábamos de acuerdo. Pero tampoco queríamos estar del lado de la reacción a eso, que era la violencia. La prueba está en que cuando la pasamos en Córdoba -estuvo tres meses en cartelera- mucha gente que se había pasado decididamente del lado de la violencia, quería que le cortara el final, cuando mueren los protagonistas. Yo no entendía por qué llegar al extremo de tomar las armas. Cuando pasé la película en Córdoba observé el sinsentido de la violencia. Algunos entraban con ametralladoras a la proyección.
-¿En Santiago estuvo mucho tiempo en cartel?
-Aquí se estrenó en el teatro 25 de Mayo, en verano, un tiempo imposible. Pero yo quería, sobre todo, que se conociera en los departamentos de la provincia. Para un muchacho de veinte años, fue algo histórico en mi vida, emocionante, inolvidable. Estuve en todos los pueblos. En Pinto se quedó toda la gente a debatir el tema, nadie se retiró del cine. Si bien soy de Suncho, mi segundo pueblo es Pinto, porque ahí conocí muchos amigos. También estuve en Ojo de Agua, Añatuya, Monte Quemado, donde pidieron que la repita, Ceres, Santa Fe.
También la llevé a Buenos Aires, a la Casa de Santiago.
-Después sigue llevando la fotografía paralelamente con el cine.
-Claro, nunca he dejado de producir. Si hay algo de lo que me enorgullezco es de haber revalorizado con dinero propio y un esfuerzo grandísimo, el tema del quichua, al que le dediqué cinco películas. En agosto del 82 filmamos la vida de don Sixto Palavecino en Barrancas, pero ocurre un imprevisto. Estábamos en la casa de Mario Garnica, a la noche, que tiene, como dicen en el campo, un “bolicho”. Don Sixto había ido a desempolvar un violín, porque el dueño, que era de apellido Bravo, había fallecido. La viuda lo llevó envuelto en una tela negra. Don Sixto lo sacó y la gente bailó como hasta las 4 ó 5 de la madrugada. Después viene gente a comprar velas y nos enteramos de que había un velorio en Villa Salavina. Yo tenía los 5 rollitos de Super 8, que duran cuatro minutos. Cambiamos de planes, había que filmar el velorio, sí o sí. Y logramos la película que más premios ha conseguido.
-Con los cánticos en quichua...
-Con las alabanzas en quichua, ¡claro!, ¡claro! Pero, te cuento, iba filmando esta película y en la puerta del cementerio se me acaban los rollos, estaba a mil por hora, hacía tomas de todos los ángulos. Así que ahí tomé fotos y las secuencias finales son fotografías en blanco y negro. Y salió una película redondita, cinematográficamente hablando.
-Y estuvo con don Sixto en la Universidad de Belgrano.
-Claro, ahí estuvo con los grandes folklorólogos. Por Santiago estaba el Gordo Faro, pero la que estuvo brillante esa noche y se robó los aplausos fue Teresita Faro del Castaño. Estaba también el Chúcaro con Norma Viola -que terminaron bailando con el violín de don Sixto- y también Félix Coluccio, en fin estaba lo máximo del folklore argentino. Yo lo llevé a Michi Aparicio, pero también estaban entre el público Norma Aleandro, Horacio Guaraní. Y don Sixto se robó la sonrisa de la gente, cuando contó la entrada a la Salamanca con la víbora, entrar sin ropa, todo eso. Y se venía abajo el auditorio de la Universidad de Belgrano.

-También filmó en el Paraguay.
-Sí, con el francés Eric Courthès. Después de la película con Sixto, un día se me presenta aquí la querida Hilda Juárez de Paz para pedirme que haga una película, “Mi niño quichua”, un homenaje a su hija, que había fallecido hacía poco. Con todo gusto accedí. Y en el ómnibus conocimos a Eric Courthès, que estaba con una chica tucumana. Convivimos con ellos cuatro o cinco días en el campo, en la Nueva Colonia, departamento Figueroa. Esa amistad perduró. Después volvió, lo llevé a la casa de don Sixto, a lo de Domingo Bravo. En el 98 presenta su tesis, él sostenía que el quichua estaba en Santiago desde antes de los españoles. Y en el 2000 se fue al Paraguay a estudiar el guaraní. Quería filmar conmigo. Y nos vamos a filmar a Augusto Roa Bastos, a quien le hicimos un reportaje extensísimo sobre los lugares en que habían transcurrido sus libros... la Guerra del Chaco, donde transcurre Hijo de hombre.
-¿Y qué pasó en Siria y El Líbano?
-Lo que aquí fue plácido, tranquilo, pero casi rocé el drama en cada paso, cada segundo de mi estadía cuando me encontré con la tierra de mis abuelos. La emoción me embargaba todos los días. Las casas de ellos curiosamente se conservan. El pueblo es Cafarbon y está a 10 kilómetros de la capital, que es Hama. Mis abuelos vinieron para buscar trabajo y además por su religión, el cristianismo. Se terminaba el imperio otomano, esos lugares fueron tomados por franceses, ingleses. Fue muy emocionante porque era el americano que regresaba. Uno cree que los abuelos han venido todos y vos sos una hojita del gajo que se ha ido. Las atenciones que han tenido conmigo, tanto en Siria como en El Líbano, son inolvidables. En cincuenta metros, si había que pasar cinco casas, tenía que calcular seis o siete horas para llegar a la quinta casa. Porque todos te hacían entrar.

-¿Habla árabe?
-Los tonos entiendo, no es que sepa. Yo los entendía. Con un amigo de allá que tiene mi mismo nombre George Hana, Jorge Juan, trabajamos durante dos años en la película, “Tierra de los abuelos”, él me ayudó en la traducción sobre todo. Yo estaba en un laberinto y necesitaba alguien que estuviera a mi lado, que le pusiera polenta, que me ayudara a decidir qué música le pondríamos. Porque queríamos entretener a todo el público, aunque no fuera árabe. Y creo que salió linda...
Dice Jorge Juan y se queda pensando un rato, en silencio.

El miedo y las balas


Ariel Horacio Sequeira


Fotógrafo, periodista, escritor y cineasta, galardonado a nivel nacional e internacional, Rody Beltrán cuenta algunas experiencias con las imágenes que tomó de Santiago.

Estaba de espaldas a la policía para tomar la escena de la gente que corría hacia la plaza San Martín huyendo de los disparos que salían de la Casa de Gobierno. Todo era movimiento en derredor, pero permanecí inmóvil para atrapar esas imágenes; estaba solo en medio de la calle como un blanco perfecto. El estampido de las armas de fuego no dejaba de sonar, por un instante pensé que una bala me iba a atravesar la espalda”. Durante algunos años las marcas de esas balas permanecieron en una construcción de la esquina de Rivadavia y Absalón Rojas, testimoniando la furia de aquella jornada del año 93, que la historia hoy recuerda como el Santiagazo. El relato es de Rody Beltrán, fotógrafo, periodista, escritor y cineasta. Galardonado a nivel nacional e internacional, su trabajo abarca desde el testimonio periodístico hasta la fotografía artística, culminando en una importante producción cinematográfica, que actualmente está en pleno proceso creativo rescatando la vida de los pueblos del interior.
Beltrán no niega que el miedo está presente en medio de las balas, pero asegura que arriesgaría su propia vida por una fotografía. Ante sucesos como los del santiagueñazo considera que el fotógrafo tiene obligado a no huir. “Si no fuera por esas fotografías nadie podría llegar a ver como fueron esos momentos. Mientras el hombre común se pone a resguardo, yo tengo que hacer lo contrario porque este es mi trabajo; si no hay fotos la historia pierde valiosos testimonios. En el futuro las generaciones por venir podrán apreciar lo que sucedió en Santiago”.
¿Qué sería de la humanidad sin la fotografía?, plantea Beltrán de manera absoluta y sentencia que ella ha testimoniado durante casi dos siglos los hechos de la humanidad. Para fundamentar recuerda que la fotografía fue vislumbrada por el genial Leonardo Da Vinci, haciéndose realidad recién en 1824 de la mano de Nicéphore Niepce, comenzando desde ese momento a tomar registro de todos los hechos de los hombres. A finales del Siglo XIX los hermanos Lumiere crean el cine que no es otra cosa que una sucesión de fotografías en movimiento, y que hoy consideramos unánimemente como el séptimo arte, reflexiona mientras asegura que por ser la fotografía la madre del cine, es un arte indiscutible.
Su primera cámara fue la elemental y accesible Kodak Fiesta, y su primer modelo una niña de su familia. Allá por sus 14 años de edad el arte de la fotografía no mostraba muchos cultores en Santiago, pero ahorrando peso sobre peso abrió la puerta hacia esa pasión que jamás habría de abandonar. Todo comenzó de manera intuitiva por la fotografía artística, pasando por los paisajes, hasta perfeccionar su técnica de retrato, “que es en lo que mejor me expreso”.
Hacer de la fotografía una profesión lo llevó a estudiar cine en Buenos Aires (en la Escuela Panamericana de Arte). De su maestro Oscar Gamardo (quien fuere compañero de Roman Polanski en la universidad de Lots en Polonia), aprendió no sólo invalorables conocimientos de fotografía sino también el compromiso social que debe tener un fotógrafo con su cámara.
Aquellos ideales de juventud parecen estar aún presentes, dado que cuando regresó a Santiago lo hizo para volcar sus conocimientos en su tierra natal y esto lo testimonian todas sus películas, y quizás más cabalmente su último trabajo, “Así es mi Santiago”, donde refleja el paisaje, las costumbres, la gente y la música santiagueña.
Esa búsqueda permanente a través de la fotografía lo acercó también a los medios de prensa. Sus trabajos fueron tapas de los diarios y revistas de Santiago y del país. Con las fotos del santiagueñazo obtuvo el premio nacional de 1993 por la portada de la revista Noticias, trabajo que desde luego se difundió por el mundo. Otros trabajos suyos alcanzaron halagos similares, como las fotos del motín de 1985 del Penal de Varones.
Su cámara retrató el regreso de Perón a la Argentina, la masacre de Ezeiza, los disturbios en la Plaza de Mayo cuando la asunción de Cámpora; y quizás esa violencia que imperó en los 70 lo haya marcado como corresponsal siempre dispuesta para apuntar el objetivo en la primera línea de fuego. “Junto a otros compañeros nos forjamos en una época muy violenta de país; pertenezco a la generación de los desaparecidos, a esa generación que debió exhibir capacidad intelectual y coraje. Cuando trabajo y hay balas, bombas, palos o fuego, hago abstracción de todo lo que es peligro y me sumerjo en mi tarea, sin tener en cuenta para nada la posibilidad de riesgo”, asegura.
No tengo paciencia para enseñar fotografía a quien después se va a dedicar a fotografiar a su mascota. Sí pongo empeño en acompañar a quien tenga intuición artística y que necesite conocimientos técnicos para expresarse mejor. Hoy la mayoría de la gente tiene acceso a la producción fotográfica, con la cámara digital, la familiar y hasta con el teléfono. Obviamente hace falta educación en el manejo de la imagen. Esto es lo que deberían considerar y tener en cuenta quienes educan desde el Estado, debe haber una apertura para que quienes conocen este arte ilustren a los jóvenes, para que puedan expresarse a través de la imagen.
“La fotografía es el arte de detener el tiempo en la vida de una persona o una cosa. Es ese instante y nunca más, es irrepetible. Es un destello de creatividad en el fotógrafo para que esa imagen sea trascendental”.
-¿Qué imagen elegirías para representar a Santiago?
-Me introduciría en el río Dulce para fotografiar el Puente Carretero, porque es Santiago del Estero.
-¿Qué es más importante una foto o tu vida?
-La foto, siempre la foto porque es la razón de mi vida.

Los premios
Clemencia. Fue sólo un sueño (premio nacional de cine; hasta ahora Rody Beltrán es el único santiagueño en haberlo obtenido). La Ventana (seleccionada por la embajada de Francia para competir internacionalmente). La Leyenda de Maquijata.
Camino al Infierno. Maldito Sida, son sus más logradas películas. Además de documentales sobre Loreto, San Esteban y Mailín.

Dos sistemas se contraponen


Hugo Funes (*)

En la década pasada la elección del sistema jubilatorio fue una utopía, pero nuestro sindicato siempre alentó la elección del sistema de reparto estatal.

El Sindicato Argentino de Docentes Privados fue uno de los primeros gremios en rechazar las jubilaciones privadas que cuando se implantó el sistema de capitalización. Era inconcebible pensar que un trabajar, incluso de nuestro sector, podía salvarse solo. Históricamente el sistema previsional argentino fue solidario, al cual aportan todos los trabajadores, para que cuando llegue el momento de retiro gocen de los beneficios de una jubilación digna.
El sistema de reparto, no sólo es solidario sino que además es controlado por el Estado. Pero lo que es más importante y que nadie debe desconocer, es que ningún trabajador es capas de ahorrar lo suficiente en toda su etapa laboral, para vivir los años de su retiro bien, según lo plantean las aseguradoras de fondos de jubilaciones y pensiones.
No obstante lo que es más grave es que las empresas, además cobran una comisión por recibir el dinero de los trabajadores hasta su retiro. Las aseguradoras cobraban un interés a todas las personas por guardar y negociar sus fondos, que era del 2,5 por ciento del aporte. Del 11 por ciento que aporta cada trabajador, las empresas de jubilaciones privadas sólo capitalizan un 8 por ciento. Además el dinero de los trabajadores estaba supeditado a que las aseguradoras invirtieran bien esos fondos, de manera que si las mismas ganaban con esas inversiones, al momento de retiro las personas podrían respirar medianamente tranquilas pensando en vivir de esos ahorros.
En ese esquema a nadie escapaba la realidad de que a las aseguradoras no les convenía que la gente se jubile; así se postergó el retiró hasta los 65 años de edad y se exigieron 30 años de aportes. Para las empresas, la expectativa de vida del argentino medio era (dicho esto con ironía) de no menos de 120 años de edad.
Bajo ese esquema algunos engañados optaron por el sistema de capitalización y otros compulsivamente corrieron la misma suerte. Incluso hubo muchas patronales y hasta algunos sindicatos que desaprensivamente vendieron los padrones a las aseguradoras para que estas lucren con los trabajadores. Y como si eso fuera poco al mismo tiempo las empresas salían a las calles a seducir trabajadores cambiando su afiliación por espejitos; pocos fuimos los que advertimos esta situación, por eso hoy seguimos manteniendo nuestra postura contra las aseguradoras.
Sin embargo no debemos ser inocentes porque ninguna de estas disposiciones fue antojadiza, todo se hizo en el marco de leyes vigentes a esos efectos; esas normas establecían que una vez que el trabajador era afiliado a una empresa, debía terminar sus días en la aseguradora sin posibilidad de protestar o cambiar esa situación; ningún afiliado de las aseguradoras podía abandonar ese sistema una vez ingresado.
Si bien en la década pasada la elección del sistema jubilatorio fue una utopía, nuestro sindicato siempre alentó la elección del sistema de reparto estatal. Primero porque somos concientes de que ningún trabajador se puede salvar sólo y en segundo lugar porque sabíamos y después lo comprobamos que las empresas iban a lucrar con la jubilación de la gente, con el aporte de los trabajadores.

Además el paso del tiempo ha demostrado cabalmente que las empresas son máquinas de evitar jubilaciones. Si nos preguntamos cuántos jubilados del sistema de capitalización hay en la actualidad, son contados con los dedos de una mano, y que además perciben haberes absolutamente magros.
Con la sanción de la nueva ley de jubilaciones se corrigen todas las arbitrariedades pergeñadas durante el imperio de las empresas y se vuelve a principios constitucionales; es el Estado quien debe cuidar a la gente y no las empresas privadas.
Está muy bien que el Estado hoy se haga cargo de la situación de los pasivos y que se responsabilice de quienes en algún momento de van a jubilar, posibilitando que todos vuelvan al sistema de reparto. No está demás puntualizar que en lo personal soy un dirigente que confía en el Estado, más allá de la calidad moral y aptitud dirigencial de algunos gobernantes.
Esta postura no es caprichosa, porque mientras a los manejos de las empresas no lo podemos enfrentar con nada, al Estado estamos en condiciones de reclamarle cambios de rumbo, mejoras y mayor calidad de gestión. Por que si el Estado no nos ofrece una jubilación justa, contamos con elementos para protestar. Tenemos muchas herramientas y medidas para defendernos si estamos bajo la responsabilidad del Estado, que si dependemos de los negocios de una empresa privada.
Si algo faltaba para desnudar el negocio que las empresas alientan, ahora nos enteramos que las aseguradoras darán espontáneamente de baja (más allá de lo que ordena la nueva ley de jubilaciones) a aquellos aportantes que no hayan juntando al menos 20.000 pesos de aportes en estos años.
Nuestra aspiración que la gente recapacite, que opte por el sistema de reparto estatal, para que algún día desaparezca el sistema de capitalización, porque las empresas quizás puedan funcionar para gente que tenga capacidad de ahorro y que quizás hasta pueda guardar su capital en un banco si tener que pensar en una jubilación futura, pero no para los trabajadores comunes.
Cuando la nueva norma se reglamente los trabajadores podrán optara por el sistema solidario. En el caso de los docentes tendremos que esperar a ver que se hace con el sector, dado que hay una ley de jubilación específica para los mismos. En la actualidad los docentes están aportando en lugar de un 13 por ciento para su jubilación, en lugar del 11 por ciento que aportan los demás trabajadores.
En mi opinión todos los docentes tendrán que ir a un sistema de reparto y no de capitalización, porque ninguna empresa aceptará que una maestra o un profesor se jubile con 57 años de edad, porque no es negocio para las aseguradoras.
Nuestra recomendación es que los docentes no opten, en realidad, por esa sería la forma directa de pasar o quedarse en el Estado. Si embargo hoy recordamos que en la década pasada algunos optaron por el Estado y fueron pasados compulsivamente al sistema de capitalización, entendemos que con la nueva ley esto ha cambiado definitivamente.

(*) Secretario General del Sindicato Argentino de Docentes Privados.

El Ñato

Edgardo Urtubey

Conduzco la moto por el trayecto de todas las noches, con una mano en el bolsillo de la campera y un poco encorvado por el viento. Es tarde, hay poca gente en la calle. La avenida Belgrano, espina vertebral de la ciudad, con los altos y envejecidos álamos bordeando la mitológica acequia, es un pozo de sombras con islotes de luz amarillenta en las esquinas. En la zona céntrica, los comercios aportan la iluminación de las vidrieras; hacia el sur, un barrio más residencial, a mitad de cuadra la oscuridad es tal que apenas se distingue la calzada.
Manejo de memoria, con la atención dividida entre el petardeo uniforme del motor (unos chasquidos intermitentes indican que la cadena está larga), las escasas peripecias del tránsito y el recuerdo inmediato de María, mi novia, de cuya casa vengo, todavía alterado por sus besos y caricias.
A medida que avanzo, en concordancia con el paisaje que registra la visión perimetral, repetidas viñetas se activan en mi cabeza: la fachada sombría y hermosa del Hospital Independencia, la estación de servicio Esso de la calle Rivadavia, el cartel del ACA, el Banco Hipotecario, los quioscos encaramados sobre la acequia que parecen barcos navegando en la noche sombría de los álamos.

Un poco antes de llegar al Colegio de la Asunción salta la cadena con un ruido desagradable. Rezongando porque tengo que ensuciarme las manos cuando falta tan poco para llegar a casa, detengo la moto en la calle oscura y solitaria, la paro sobre el caballete. Miro atentamente por si viene alguien y como no veo un alma, me agacho a trabajar. Creo estar así solo unos segundos cuando me sorprende el golpe, un ciclista surgido de la nada vuela por encima de la moto, cae con un ruido sordo y queda tirado, quejándose suavemente.
Sorprendido y asustado, mi primera intención es huir, desaparecer, yo no fui, no hice nada. Subo a la moto apresuradamente pero antes de hacerla arrancar miro al tipo, de espaldas en medio de la calle y me doy cuenta que no puedo dejarlo allí, el primer auto que pase se lo llevará por delante. Me acerco, compruebo que en realidad no está muy lastimado, tiene unos raspones en la cara y un chichón que crece prodigiosamente en la frente. Se lo ve mal pero no por el porrazo sino porque tiene un pedo de novela.
Inicio un dificultoso auxilio y una confusa conversación. El tipo no sabe que le ha sucedido. En realidad tampoco recuerda gran cosa de los últimos días de su vida. Eso si, me informa que es el Ñato, que viene de Islas donde estuvo tomando unos vinos con los amigos. Uno de ellos le ha prestado la bicicleta para que se llegue a su casa y tranquilice a la patrona, sin duda preocupada por su larga ausencia.
No está enojado, mas bien extrañado de encontrarse en el suelo y que le duela tanto la cabeza. Me pide que lo ayude a regresar al boliche, a pocas cuadras de allí. Con tal motivo, después de repetir varias veces unas sencillas instrucciones y de algunos intentos fallidos, implemento un precario dispositivo, el Ñato consigue subir a la moto y arrastrando la bicicleta de cualquier manera, encaramos lentamente hacia Islas. Al doblar por la calle Garibaldi pienso con cierta inquietud en el recibimiento. Me ven desde lejos porque la bicicleta rechina contra el pavimento y dispara un reguero de chispas. En el silencio cristalino de la madrugada las voces llegan con claridad: “Ahí lo traen”, “Parece que ha tenío un accidente”, “Yo le decía que no se vaya”.
El Ñato viene fusilado, apaciblemente dormido sobre mi espalda. Afortunadamente me reciben bien, explico lo sucedido y todos están de acuerdo en que había sido una locura permitirle subir a la bici con el pedo que tenía, que milagrosamente no le había pasado algo mas serio. No te preocupes pibe, me dicen, bajá y tomate algo. Al influjo del verbo tomar el Ñato se despierta, deja la bicicleta con las rueda torcida en las desconsoladas manos de su dueño, a los tumbos se llega hasta la mesa mas cercana, sobre la vereda. Como algunos ya quieren irse los convence que no, que podrían tener un accidente y como argumento de peso señala el enorme chichón en su frente. Enérgicamente castañetea los dedos hacia el mozo y pide un pingüino de tinto.

Para empezar.

13 de julio de 2008

Número 5

Los deberes de Pedro


Alejandro Dolina

Pedro se sienta en los últimos bancos del aula, como corresponde a un chico que desdeña la educación y la vecindad de los poderosos. Las conspiraciones y los batifondos nunca lo hallan ajeno. Busca el riesgo de las transgresiones y la compañía de los más beligerantes. A veces lo tientan el estudio y la inteligencia.
Entonces, como quien acepta un desafío, como una compadrada, resuelve arduos problemas de regla de tres y cumple los dictados sin tropiezos.
Un día, la maestra le acaricia el pelo tiernamente. El piensa:
- Ay señorita... Si supiera como me gustaría regalarle una flor y darle un beso.

Palabras

Vanguardia

Juan José Sebrelli
“La vanguardia sólo reconoce y reivindica lo fortuito, el desorden, la inestabilidad, el absurdo, la destrucción; lo clásico no ignora el azar, pero tampoco la necesidad; no niega lo irracional sino que lo contiene y lo supera; confía en hacer de lo fugaz algo imperecedero, del caos un cosmos, y a pesar del absurdo, encontrar un sentido del ser. La vanguardia no sólo quiere destruir lo clásico sino que, por su misma lógica interna, por su culto a la novedad que pronto debe ser desplazada por otra más nueva, está condenada a autodestruirse. Si algo perdura de la vanguardia no es por sí misma sino, irónicamente, a través de la tradición clásica que la recupera en su trayecto histórico, porque también el error forma parte de la verdad y al negarlo lo conserva en cierto modo; el carácter constructivo triunfa, de esa manera, sobre la pura destrucción.”
El asedio de la modernidad



Arcano 17

Octavio Paz
"En Arcano 17, André Breton habla de una estrella que hace palidecer a las otras: el lucero de la mañana, Lucifer, ángel de la rebelión. Su luz la forman tres elementos: la libertad, el amor y la poesía. Cada uno de ellos se refleja en los otros dos, como tres astros que cruzan sus rayos para formar una estrella única."
Las peras del olmo

El muerto

Julián Rodríguez
La noche anterior fui a ver al Muerto.
Lo habían trasladado a la habitación 202: sólo una cama estrecha con mil botones en su cabecero. Y el gotero a un lado. Y al otro, una máquina provista de una pantalla digital.
En realidad el Muerto aún no había muerto, pero ya lo estaban enterrando: a la puerta de la habitación hablaban del nicho, de las coronas de flores, de cuánto costaría todo aquello.
Al Muerto, calcularon, le quedaban siete días de vida.
Suficientes para crear el mundo, pensé.
Él no sabía que iba a morir, nadie se lo había dicho. Aunque podía esperárselo: había adelgazado treinta kilos y su piel tenía un color amarillento. Y su barriga era lo único terso, tirante como la de una embarazada, en todo aquel cuerpo. Y tartamudeaba: las palabras iban y venían por su boca y por sus fosas nasales: un airecillo que olía a agua sucia. Dentro de él, había dicho el cirujano después de coserlo, estaba todo podrido.
No podemos hacer nada, prometió.
Una promesa fácil de cumplir.
Ninguna necesidad

Una responsabilidad institucional y política


Hugo Funes (*)


Pretendemos la dignificación de los docentes basada en la reparación del salario, en condiciones laborales más justas y en su formación profesional. Los planteos, de cara a la nueva ley provincial de educación apuntarán a lograr condiciones dignas de trabajo.

El Sindicato Argentino de Docentes Privados de Santiago del Estero considera que la participación en el debate y en las instancias previas a la sanción de la ley provincial de educación es una responsabilidad institucional y política, como organización sindical, como trabajadores de la educación y como integrantes del movimiento sindical argentino.
En el sindicato estamos convencidos que los docentes somos constructores de conocimiento y por lo tanto de criterios orientadores de la política educativa. Entonces nuestra posición está basada en la dignificación del docente como agente del proceso educativo, proceso de dignificación que debe basarse en la reparación histórica del salario, en las condiciones laborales, y en la formación profesional de los trabajadores de la educación.

Es así que la seccional Santiago del Estero del sindicato plantea los siguientes aportes:
Sostenemos la necesidad de que la nueva ley establezca que el salario docente debe estar acorde con la responsabilidad de la tarea docente y con la importancia de la educación como estrategia de inclusión activa en el nuevo estado de bienestar.
Asimismo consideramos que la nueva ley debe explicitar el derecho de los docentes a las paritarias como instrumento de regulación de las relaciones laborales y de esta manera el logro de las condiciones dignas de trabajo.
En cuanto a la calidad de la educación el sindicato sostiene que la nueva ley además de garantizar la infraestructura adecuada, el material didáctico y debe ubicar en un plano estratégico la formación docente inicial y continua ya que el actor clave es el docente; solo se podrá alcanzar una educación de calidad con políticas integrales destinadas a mejorar la calidad de su formación, a mejorar sus condiciones de trabajo y a diseñar un modelo de carrera docente que permita su desarrollo profesional.
Un plan de capacitación docente gratuita y en servicio es la formula que sostenemos en este debate. Sostenemos que el proceso de reforma educativa debe ir acompañado con la garantía de estabilidad laboral docente frente a los cambios que promueva la ley. A los efectos que se logre instalar un ambiente favorable frente a las nuevas expectativas que trascienda a los docentes, a la escuela, a los padres y a los alumnos.
Proponemos la formación de un Consejo Provincial de Educación para la toma de decisiones sobre políticas educativas, integrada por el ministro de educación, el subsecretario de educación y el presidente del Consejo de Educación, más la directora del Servicio Provincial de Enseñanza Privada y los sindicatos docentes.
En cuanto a la administración de la educación, pedimos firmemente la incorporación en la ley del Servicio Provincial de Enseñanza Privada como órgano de administración dentro del sistema educativo. Subsanando la omisión del mismo en la Constitución Provincial.
Esta ley debe establecer claramente que la educación es pública y que tiene dos tipos de gestión: Gestión estatal y gestión privada.
Con respecto a la educación privada manifestamos la necesidad de un capítulo especial dentro de la ley, que establezca entre otros objetivos: Funciones del Servicio Provincial de Educación Privada, aporte del Estado y salario del docente privado.
Sostenemos que el Estado debe garantizar la obligatoriedad escolar mediante la creación de escuelas secundarias en el interior, plan de becas, programas de reinserción entre otras alternativas.
La ley debe establecer mecanismos de participación en las escuelas en función de la responsabilidad, es decir, de los padres como agentes naturales de la educación, de los docentes, comunidad educativa en general y del resto de las instituciones de la sociedad que deberán participar y aportar según el ámbito de su competencia.
En cuanto a la escuela inclusiva para personas con necesidades especiales nos preguntamos, ¿La escuela santiagueña de gestión pública como de gestión privada están preparadas (infraestructura) para incluir a los niños y jóvenes con necesidades especiales?
¿Los docentes estamos capacitados para asumir semejante responsabilidad?
Como sindicato proponemos que el Estado sostenga, acompañe y promueva acciones que favorezcan este proceso de inclusión. Esto es infraestructura adecuada y un equipo interdisciplinario que asista, contenga y guíe al docente en este proceso de enseñanza aprendizaje.
La ley debe asegurar el derecho a la educación de las personas con capacidades especiales con el propósito de la integración escolar y favorecer la inserción social de los mismos. Para garantizar este derecho debe establecer recursos humanos, técnicos y materiales así como la infraestructura adecuada para el desarrollo del currículo escolar.
Este sindicato sostiene que para el cumplimiento de los objetivos planteados en esta ley, el Estado debe acompañar y sostener a la misma con una política de inversión en el sector que aborde problemas tan complejos como la necesidad de alcanzar la escolarización de todos los niños, adolescentes y jóvenes, la mejora de las condiciones de trabajo y de los salarios docentes, la infraestructura y el mantenimiento de los edificios escolares, así como el equipamiento didáctico de las instituciones.

(*) Secretario general del Sindicato Argentino de Docentes Privados en Santiago.

Elpidio Herrera


Ariel Horacio Sequeira


Asado y vino tinto de por medio, un domingo al mediodía, Elpidio Herrera, el creador de la ya mítica sacha guitarra atamisqueña, desgrana para esta revista cuáles fueron los caminos que lo llevaron a ser el único luthier original de Santiago. Un implacable grabador dio cuenta de un relato que se ofrece aquí en forma íntegra.

Yo soy nacido en Villa Atamisqui, vivo en el mismo lugar donde nací, en el mismo terreno, conservo el rancho de mi viejo, lo he disfrazado de casa por fuera, pero no es que lo tengo de recuerdo sino que habito en el mismo rancho, es parte de mi cotidiana vida, con los horcones apuntalados, porque se estaba cimbrando la solera. Yo me he criado en un ambiente muy de música, aunque no tanto, porque no abundaban los musiqueros y los instrumentos en aquel tiempo, cuando era chico. Pero mi padre era guitarrero, uno de mis tíos, hermano de mi papá, tocaba el violín y el otro tocaba el mandolín, así que conformaban un grupo con un sonido muy similar al que nosotros tenemos ahora. Eran guitarreros de aquellos tiempos, ¿no?, hechos a los tirones. Mi padre tenía la posibilidad de viajar a otros lados, no en busca de trabajo, porque su trabajo era en la casa nomás, era orfebre, platero, los tres hermanos eran plateros, los famosos plateros Herrera, plateros y de paso, músicos.

Y la música era de las tardes, de agarrar la guitarra y alegrarnos un poquito. Imaginate la escasez de música y musiqueros en aquellos tiempos, era un deleite escuchar una cuerda vibrar. Y se juntaban los tres, solamente en las fiestas de fin de año, Navidad y Año Nuevo, sobre todo, Año Nuevo. No sé por qué le daban mucha más importancia a esa fiesta que a la Navidad. De ahí posiblemente ha quedado grabado en mi recuerdo, porque yo no tenía inquietudes de músico, de chico, más yo traía el trabajo de mi padre, me sentaba al lado de él, en su tallercito, le agarraba las herramientas, algunas veces le habré arruinado algo.
Y lo mío transcurre en la niñez como que sí me interesaba la música, pero ahí nomás. Hasta que llega el momento de iniciar mi secundario, por esas casualidades me mandan a estudiar en La Banda. Ni siquiera me lo había propuesto mi familia, sino un inspector de escuela, don Mariano Moreno, que paraba en mi casa para salir a recorrer las escuelas del campo. Y un día, sabiendo que yo había terminado mi sexto grado, me invita a estudiar y yo le digo sí, pero medio ignorando de qué se trataba. En aquel tiempo, terminar el secundario significaba ser maestro. Yo pensaba que me traían a la escuela Normal. Pero me pone en la escuela Industrial de La Banda. En los primeros años, sin entender, por supuesto, con mucha incertidumbre, no sabía que las matemáticas se estudiaban de esa manera. Hasta que me voy ambientando, hasta que me empieza a interesar lo que enseñaban ahí, mientras tanto, aquellos conocimientos de música que tenía, los usaba como para ganar la simpatía de mis compañeros, porque además, así como así nomás, ya había aprendido a tocar la armónica también. Yo la ataba con un hilo, ahora usan unos aparatos. Y me acuerdo de haber debutado en una fiesta de la escuela, en la calle Urquiza. Pero, hasta ahí nomás.

Mis sueños eran ser ingeniero, tan es así que terminado mi secundario me voy a Buenos Aires, fracaso... ¡qué suerte que fracasé! He fracasado porque no había trabajo, quería trabajar y estudiar y era imposible. Me tomaban un tiempito, ninguna empresa se quería comprometer, porque los sindicatos ya empezaban con sus chillidos, ¿no? Hasta que por fin me vuelvo y encuentro un cura en Atamisqui. Yo era indiferente, como que le esquivaba al cura, era un cura alemán.
Te cuento mi conversión. El padre Alberto y nosotros con Piri habíamos estado jugando al fútbol, atrás de la iglesia estaba la cancha. Y veníamos caminando para la plaza, mi alpargata se había roto y yo tenía una puesta y la otra en la mano. Y bufaba el cura, frente a la iglesia, ya había llamado cinco veces y no aparecía ningún infiel.
Y gritaba: “¡Vengan zéquel, vengan, aquí hay Cristo!”. Zéquel es un insulto, es como decir bolúpido pero más fuerte. Entonces, por respeto y porque era un cura xtranjero he entrado. Bueno, Piri sí, porque su familia más entregada al catolismo, él sabía rezar, yo no. Y bueno, nos quedamos, éramos cinco o seis, nos quedamos, éramos como cinco.
Después de la misa, el cura comienza a comentar que hay muchas cosas por hacer “yo no quiero sacar nada, no quiero sacar si no sé qué poner”. Me iba interesando las cosas que tenía y me he quedado hasta muy tarde, las luces se apagaban a las doce de la noche, han apagado la luz y nosotros con una vela, seguíamos conversando. Creo que no me he bañado esa noche, ja já.

Eso ha producido un cambio en mi, me he empezado a ver de otro modo la vida y todo lo que me rodeaba, he empezado a valorar, creo, todo lo que significa la forma de ser y pensar de nuestra gente. Y me ha hecho volver hacia atrás, a mi ambiente de mi niñez, cuando yo mamaba la música y no me daba cuenta de que se introducía en mí y ahí estaba y permanecía.
A partir de entonces, te estoy hablando de que yo ya tenía 22 años, recién empiezo a querer ser músico. Y el mismo hecho de observar todo lo que nos rodeaba y que era rico y por eso, a pesar de que allá no había posibilidades, incluso de conseguir instrumentos, pero la gente se ingeniaba, se daba maña para hacer cosas para expresarse. Me acuerdo de la famosa “caspi guitarra” que mi padre contaba que Fulano había hecho. Era un palo encordado nomás. “Caspi” significa palo. Mi hermano Piri, ya tenía un conjunto, “Los coyuyos atamisqueños”, me invita a integrar ese grupo. Y el paso, en 1970, por Alero Quichua Santiagueño, con don Sixto, Felipe Corpos, Vicente Salto, eso ha sido definitivo para mí. Hacía chacareras, obviamente, aunque nosotros, con Piri, como estaba de moda la cumbia, también hacíamos cumbias, ja já.
Ahí es como que se ha creado un compromiso, porque yo veía que con tanta fuerza, estos viejos querían y pretendían preservar y hacer la música nuestra, sobre todo la música campesina, ¿no? El hecho de cantar coplas sueltas y arrimarles una melodía, aunque no esté bien marcada... Entonces me acuerdo de la “caspi guitarra”. Mis conocimientos técnicos no me ponían ningún impedimento para que agarre, machetee una tabla, le ponga una cuerda y tenga un instrumento. Y bueno, traigo eso. Y vieras con qué entusiasmo reciben el instrumento. Más me comprometen todavía, porque inmediatamente de conocer la caspi guitarra, me invitan a participar en una grabación del Alero Quichua Santiagueño. Era 1970 más o menos.

Con la “caspi guitarra” ando un tiempito, pero no podía quedar con una tabla encordada. Y medio por casualidad, llega un día a mi casa, una señora, pariente de Piri. Trae un poronguito, no era muy grande, chiquito. Y la señora dice: “Elpidio es tan travieso que capaz que haga una guitarra”, porque ellos oían la radio Nacional, que se escuchaba bien en ese tiempo y los domingos, la audiencia era para el Alero. Yo parto el porongo, tenía caja de resonancia en mi guitarra y ahí comienza otra historia, otra etapa, otra forma de ver. Sí, era muy sonora, la tengo todavía a la guitarrita esa. Y además tenía una afinación distinta a las guitarras comunes.
Bueno, las inquietudes siguen, no estaba muy conforme hasta ahí. De pronto había nacido una cosa en mí, como, capaz que el ingeniero frustrado empieza a aparecer en mí. Cambia de nombre también, por sugerencia de Sixto Palavecino. “Caspi” no, “sacha”. Porque caspi es palo o madera y todas las guitarras son de madera. Me dice don Sixto: “Vamos a homenajear a la gente del monte, a los sufridos campesinos, vamos a llamarle sacha guitarra, guitarra del monte”. Y bueno, ya tenía nombre y padrino: don Sixto. Pero yo quería sacarle algo más, alguna otra forma de tocar la sacha. He probado golpeando las cuerdas.
Y un día que estaba golpeando con una cuchara, haciendo un ruidito “zzz”, “zzz”, agarro un pincel de limpiar la máquina de escribir, uno largo y froto la cerda, pero no me decía nada. Pero me doy cuenta, ah, ¡cerda!, ¡sobre cuerda! Yo conocía a mi tío tocando el violín y le pasaba la resina esa. Yo tenía resina porque soldaba también con estaño y le paso, ¡y suena! Ahí había una fricción. Y por casualidad o no sé qué, en el horcón de mi casa como en todo horcón paisano había un mechón de cerda para colgar el peine. Así que ahí nomás, palito, un mechón de cerda, resina y, a frotar. Pero no sonaba bien, porque yo frotaba la cerda en la boca de la guitarra y no había un sonido claro, era el famoso gato pisado en la cola, el sonido. Pero no porque yo fuera brusco, sino porque no era el lugar indicado para frotar.

Entonces empiezo a buscar a lo largo. Cuando me voy acercando al puente, iba cambiando la cosa. Y ahí creo que empieza un momento de observación y me acordaba de los métodos científicos que se enseñaban en la Industrial. Y estaba cerca del puente, el lugar exacto, pero no podía, porque me molestaban las otras cuerdas, entonces qué hago. Y, hacerle un agujero junto al puente a la pobre sacha. Pero me daba la posibilidad de tocar solamente en la primera cuerda.
Era muy lindo porque era una experiencia nueva, en una sola cuerda había que hacer todas las notas y trabajar con la mano izquierda de punta a punta. Había logrado una técnica y no nos hemos separado más, con mi hermano, con mi hijo. Incluso estamos trabajando en un instrumento, que con sorna le llamamos “Equis 10”. Pero es bastante revolucionario. Es una sacha, sin caja, como que volvemos a la caspi guitarra, pero incorporándole todas las cosas que se han ido modificando en la sacha guitarra. La actual “Equis” tiene dos cuerdas primas, una muy grave y la otra muy aguda y él toca, no con el arquito que tenemos en la sacha guitarra sino con otro de doble cerda, lo que le da la posibilidad de lograr un efecto octavado, que es una maravilla.
Mientras tanto, sobre la sacha no nos había preocupado tocar el resto de las cuerdas porque con el resto hacemos el punteo y la otra va haciendo el sonido de violín. Hasta que un día le incorporamos una quinta cuerda, porque siempre era de cuatro, pero no siguiendo la línea de afinación del resto, sino como una cuerda extra, que se encarga de hacer los ruidos y los otros efectos no teníamos antes. Ahí hacemos el cello, había que hacerle otro orificio a la pobre sacha, el sikus. Y ahí es cuando casi me maravillo de mi propia creación, porque con un instrumento de cuerda estamos imitando un instrumento de viento y suena como a viento. Y de ahí vienen todas las imitaciones del burro, del gallo, de los pájaros.

¿Por qué nunca me he ido de casa? Por qué he vuelto, en todo caso.
Porque me ha ido mal, ja, já. Pero, el patio de mi casa está intacto, con los mismos árboles, a no ser que un viento los arranque, yo cortar no. Mis ancoches cada vez son más, porque cada verano crecen. Soy un querendón de la cosa, eso es cierto. Además hay mucha nostalgia, mi niñez ha sido muy linda, quiero tenerla conmigo para siempre.
La primera vez, en 1992, cuando volvemos de Alemania, a la mañana bien tempranito era, el sol estaba saliendo, estaba viendo mi amanecer y salgo de la camioneta y me tiro al piso a besar la tierra. Había vuelto a mi tierra. Te digo, contar esto me causa cierta emoción, ¿no?


El musiquito de la primaria

Esa era mi infancia, nosotros éramos seis hermanos, vivimos cinco actualmente. Unos de mis hermanos, que actualmente está tocando conmigo, él sí, ya tenía esa inquietud de agarrar la guitarra, mi padre le enseñaba las primeras notas y todo eso. Ya de jovencito tocaba la guitarra. Yo, como medio a la fuerza debo haber aprendido a pulsarla, pero no le daba mayor importancia. Eso sí, era el musiquito de la primaria y Piri Leguizamón, que actualmente está en el conjunto, era la voz más afinada y de chico nomás manejaba la voz, haciendo primera y segunda, que para nosotros era una cosa muy difícil, no estábamos familiarizados con ese tipo de cosas. Piri también viene de una raza de cantores. Yo me acuerdo de que la madre y la tía, hacían notar su voz en las procesiones de Semana Santa, sobre todo. Y el abuelo era don Zenón Revainera, un famoso vidalero. Así que él venía de familia de voces.

El temple del diablo

Se hablaba también en aquel tiempo, entre la paisanada, del temple del diablo, era una afinación que así, al aire, ya era un acorde en sol y era tan fácil sacar melodías sin hacer notas. Entonces la primera afinación de la sacha guitarra ha sido así, de esa manera. Le decían el temple del diablo, porque era tan fácil de tocar sin las posturas normales y tradicionales de la guitarra, sin apretar, con todas al aire, salían melodías. Sin querer yo estaba rescatando algo que se iba perdiendo en aquel momento. Sin dudas son ideas que vienen de las Europas, porque mucho tiempo después le muestro a un francés, un musicólogo, que ve eso y me dice “ah, esto se puede hacer en la guitarra tradicional”. Sí, le digo, yo lo he aprendido de ahí. “Y cómo era”. Y le muestro, afinando las cuatro primeras cuerdas. “No -me dice- esto no es completo se puede afinar todo”. Y me muestra cómo. “Sí, dice, lo vi en España”.

Mirar lo que no está
Yo creo que el santiagueño le canta a lo que no tiene, a lo que desea tener, que está mucho más allá. En Shunko, cuando le preguntan que ve, empieza a describir lo que hay. Y más adelante un árbol, el algarrobo es el árbol por excelencia. Yo creo que estaba jugando con la imaginación. Creo que eso le sucede al santiagueño, mira lo que no está, lo que desearía que esté. Es como que te has casado con la mujer más fea, pero vos la ves linda. Qué te hace enamorar, tu fantasía, no lo que está. Como don Casimiro, que vive al lado de Coco. Que le preguntan, don Cashi, por qué se ha casado con mujer tan fiera. “Pa que nadie le tenga afición”, decía. Yo he andado por todos los paisajes y siempre vuelvo a mi salitral.

Nueva dimensión

Una recensión de esta revista tendría que comenzar, necesariamente, con el por qué del nombre, algo que se explicó en el primer número pero que, luego de varios publicados, va adquiriendo nuevas dimensiones o, si se quiere, otros significados. No son sólo los signos los que le dan el carácter, sino también su explicación, como paso a otra cosa, a otro asunto. O la profundidad de algunos de los asuntos que se abordaron.
Así, el primer número trajo una entrevista a Rodolfo Legname, funcionario de la provincia, que explicó, en una palabra, hacia dónde quiere llevar el gobierno las aguas de eso tan amplio que le dicen “cultura” y que tal vez no sea más que las formas que tienen los santiagueños de relacionarse con sus particulares dioses. Legname es actualmente el subsecretario de Cultura y con sus palabras en la portada comenzó esta particular aventura periodística.

Luego volvimos unos pasos. En el segundo número, Alfonso Nassif, el poeta vivo más grande de la provincia, recordó a Ricardo Dino Taralli, quien fuera mentor, gestor y activo propulsor de los “Cuadernos de cultura”, de la Municipalidad. Con esa nota, los lectores de esta revista -y sus editores- nos enteramos de la titánica tarea de edición que significaron los “Cuadernos” para quien comenzara como un humilde empleado municipal. Elegimos tres de los sonetos de Taralli y quedamos en deuda con Nassif, que todavía no ha publicado ninguno de sus versos aquí.
El próximo número nos halló en el filo de los dos años. ¿Quién quiere leer sobre cultura, en medio de turrones, lechones, pollos y festejos con pitos y flautas? Fue un número dedicado a recordar una de las epifanías del Nuevo Testamento, la de la venida de los Reyes Magos. El párroco de la Catedral, Gerardo Montenegro, respondió las preguntas que, suponemos, le habrían hecho también los curiosos lectores. Fue el primer número de 16 páginas, la mitad a todo color. Alcanzó para dos cuentos y para que algunos de los colaboradores del extranjero nos contaran sus costumbres de fin de año. Entre otros asuntos, claro.
El número anterior al que usted tiene en sus manos, fue el de las bibliotecas, porque sin ellas como reserva -conserva- de la cultura, el progreso del hombre (y ciertas regresiones, aunque cueste reconocerlo), hubiera sido imposible.

En todos los números también se trataron algunos asuntos referentes a los alumnos, sus padres y los maestros, la educación formal, en suma, que es uno de los pilares en que se asienta la cultura escrita. Las fotos mostraron otro Santiago que, no por conocido deja de ser sorprendente. Se recomendaron libros, por qué no, si las buenas librerías de esta provincia cuatro veces y media centenaria tiene escritores de los que enorgullecerse.
¿Una revista de cultura?, ¿gratuita?, preguntaban algunos, incrédulos. Mejor dicho, sin la coma, algunos incrédulos. La mejor respuesta la recibimos de la gente, que en sus cartas o cuando nos encuentra por la calle, nos pregunta cuándo sale el próximo número.
Pretendemos seguir. Si usted nos ayuda, eso será posible. Sólo tiene que leernos, no pedimos más.

Lúdico


Absalón Alomo


Es un juego fácil, se trata de adivinar dónde fue sacada la fotografía, mejor dicho, qué es o dónde está ubicada esta fachada. Tal vez usted ha pasado muchas veces frente a ella sin advertir la belleza de sus líneas, tal vez lo adivinó de entrada nomás, en todo caso es seguro que no le dejó de llamar la atención en una ciudad que todos los días se puebla de los más variados tonos de gris.

Juan Alfonso Carrizo


Julián Cáceres Freyre


En 1995 Julián Cáceres Freyre le encarga a Juan Manuel Aragón el trabajo de ordenar hojas de cuaderno de una recopilación que había hecho años antes en Santiago. Con motivo del intercambio epistolar que se generó entre ambos, Cáceres envió a Aragón esta biografía que hasta hoy había permanecido inédita y que su hijo Juan entregó a esta revista para que fuera publicada.

Acaban de cumplirse cien años del nacimiento de quien fuera el más destacado investigador y recopilador de la poesía popular de nuestro país, especialmente de las regiones que integraron el antiguo Tucma (posteriormente el Tucumán), o sea nuestro noroeste quichuizado debido a la acción de la conquista que de ese territorio hicieran los incas del Perú, hacia el año 1480 de la era cristiana.

Se trata de Juan Alfonso Carrizo, quien naciera en San Antonio de Piedra Blanca (hoy, Fray Mamerto Esquiú), pueblo situado a diez kilómetros de San Fernando del Valle de Catamarca, capital provincial.
Nacido en un honorable hogar de labradores, acrisolado por las virtudes más acendradas de las tradicionales familias vallistas, la sencillez y la profunda devoción cristiana de sus mayores impregnaron toda su vida. Tuvo es hogar por escuela, ya que fue en la casa de sus padres donde recibió las primeras enseñanzas.
A los cinco años, el pequeño Alfonso ya sabía leer y escribir. Completó el ciclo primario en la escuela de su pueblo natal para luego ingresar en la Normal de la capital catamarqueña. Allí tuvo una influencia decisiva en su futura vocación de folklorista, el trato con su profesor de literatura de tercer año, señor José Palemón Castro, quien, sin duda, alertado por la predisposición que el joven alumno demostrada por la poesía tradicional popular, al repartir los temas de composición que encargaba a los alumnos para coronar el fin de curso, le encomendó, en 1916, que escribiera una monografía recopilando, para ello, la poesía tradicional de su provincia natal.
Así procedió el joven y, terminado el trabajo, lo llevó al Seminario Conciliar de la Diócesis para mostrárselo y pedir consejo a uno de los profesores de esa casa, el padre lourdista Antonio Larrouy, el cual se había destacado en todo el país como historiador del Tucumán hispánico y de la Virgen del Valle, patrona de Catamarca.

El sacerdote, como buen conocedor del método de investigación y preparación de monografías, aconsejó a Carrizo que desechara el trabajo realizado para su curso de literatura y que recomenzara la tarea, poniéndose a averiguar qué obras se habían compuesto en España y otros países de raigambre románica.
Fue así como inició, bajo la mirada cuidadosa del ya para entonces miembro de la Junta de Historia y Numismática Americana, lo que diez años después publicaría con el título de ‘Antiguos cantos populares argentinos’ (1926). De tal manera, con los primeros consejos del padre Larrouy y, además, como auténtico e inteligentísimo autodidacto,
Carrizo continuó la tarea de adquirir conocimiento de los estudios similares que se realizaban en otros países, mientras encaraba al forma de llevar a cabo la recolección de materiales de campo en otras provincias del noroeste, que es la región de mayor raigambre tradicional de la Argentina.
En esos años de 1926, se desempeñaba como maestro de grado en las escuelas Láinez de la Capital Federal, mientras con su modesto sueldo iba adquiriendo libros sobre sus temas de interés, estudiando la bibliografía especializada que tan último le sería en los Cancioneros que produciría en el futuro.

A propósito de libros, diré que cuando lo conocí, en 1937, ya la biblioteca popular de Carrizo era importante, pues había reunido la bibliografía fundamental de las obras referentes a los diversos cancioneros populares españoles, desde los clásicos, como el de Baena, del siglo XV, hasta las colecciones de poesía popular española, recogida por Rodríguez Marín y tantos otros estudiosos peninsulares del tema. Tenía, además, un buen lote de libros y revistas portugueses, así como franceses, italianos y de tantos otros países europeos y americanos.
La biblioteca se complementaba, a más de lo referente a poesía, con muchos libros y revistas de folklore literario, tal como novelística popular (cuentos, adivinanzas, leyendas, creencias, supersticiones) y muchas obras sobre teoría del folklore, literatura castellana en general, diccionarios de todo tipo y un conjunto realmente selecto de libros y colecciones documentales referentes a la historia del período hispánico argentino, especialmente del Noroeste, cuya historia Carrizo llegó a dominar como uno de sus más conspicuos conocedores, pues se vio necesitado y obligado a estudiar con todo detalle el descubrimiento, conquista y evangelización de cada una de las provincias cuyos cancioneros poéticos iba recogiendo.
El estudio histórico preliminar que hiciera, por ejemplo, para su ‘Cancionero popular de la provincia de la Rioja’, es todavía, hoy en día, la más completa historia riojana para el tiempo de la fundación y evangelización.

Sentía una obligación imperiosa de dominar el tema histórico, ya que los acontecimientos habían abierto las vías de comunicación para que, a través del Perú y Chile, penetraran los romances, décimas y coplas que luego habían de constituir el patrimonio cultural tradicional de nuestro Noroeste. Asimismo, el evangelio católico siguió ese camino de penetración lo mismo que el libro, como símbolo de la instrucción
religiosa y civil, a nivel hogareño, que después, poco a poco iría consolidándose en las escuelas, doctrinas y en la Universidad de Córdoba, fundada por la Compañía de Jesús, que divulgaría el conocimiento traído por los hispanos como resumen de la cultura cristiana de occidente de los siglos XVI y XVII.
La aparición escalonada de los nutridos volúmenes de los ‘Cancioneros’ recopilados y abundantemente comentados, con sus señeros prólogos histórico-literarios, y los artículos aparecidos en revistas especializadas y diarios fueron haciendo notoria la personalidad del investigador Carrizo que, el 22 de mayo de 1934, fue incorporado a la Academia Argentina de Letras, como Miembro correspondiente.
Carrizo alcanzó a dar a publicidad los ‘Cancioneros populares’ de las siguientes provincias: Catamarca (1926), Salta (1933), Jujuy (1935), Tucumán (1937) y La Rioja (1942). El de Santiago del Estero (1940), que recogió el doctor Orestes Di Lullo, fue comentado crítica y documentalmente por Carrizo, como no podía ser de otra forma, ya que él era el más versado estudioso argentino en esta materia. Era el equivalente a un Francisco Rodríguez Marín en lo que se refiera el estudio de la poesía similar en España.

Su atrayente personalidad se fue afirmando, manifestada a través de sus abundantes conferencias públicas en las que daba a conocer la existencia del rico cancionero vernáculo aportado principalmente por nuestra Madre Patria, con rasgos importantes del Siglo de Oro y al que se le habían agregado muy pocos elementos procedentes de las lenguas aborígenes americanas y casi ninguno de la cultura negra traída por la trata de esclavos africanos.
En 1940, el propio presidente de la República, doctor Ramón Castillo, que era de Ancasti (provincia de Catamarca), le efectúa una visita en su casa de la calle Chimborazo 2131, en donde tenía su laboratorio de estudios folklóricos y la bien provista biblioteca que ya comentamos y que, a su fallecimiento fuera adquirida por el Conicet para destinarla al Instituto Nacional de Antropología.
Este gesto de distinción y de reconocimiento intelectual que el doctor Castillo efectuara a su comprovinciano quizá hubiera culminado, durante su gobierno, en la creación de un instituto de estudios folklóricos, de no mediar la circunstancia del golpe de estado del 4 de junio de 1943 que derrocara al presidente constitucional. No obstante y felizmente, a fines del mismo año, el gobierno de facto a cargo del general Pedro Pablo Ramírez, con su ministro de Instrucción Pública Gustavo Martínez Zuviría, viendo la trascendencia de la obra realizada hasta entonces por este incansable investigador, resuelve, por decreto 15.951, del 20 de diciembre de 1943, crear el Instituto Nacional de la Tradición, poniendo a su frente al eminente folklorista científico cuyo centenario recordamos.

Si bien la creación del Instituto es un reconocimiento oficial importante a la ingente labor del esforzado intelectual catamarqueño, creo que la mayor satisfacción que recibiera el empeñoso estudioso de la poesía folklórica argentina es el que proporcionara ver publicada, en 1945, su obra magna: ‘Antecedentes hispano-medievales de la poesía tradicional argentina’ que es, algo así como el coronamiento de la labor de tantos años recorriendo pacientemente el territorio de nuestras provincias del Noroeste, recogiendo, de boca de los mismos habitantes criollos de sus pueblos, el tesoro de la poesía que habían recibido sus ancestros, para luego someterla al lente de su microscopio folklórico, desmenuzándola y buscando sus orígenes remotos y su mensaje espiritual y cultural.
Contempla en este libro la influencia de la fe católica en la creación y pervivencia del acervo poético tradicional, la unidad espiritual de América y los factores de esa unidad. Analiza el camino recorrido por la poesía española a través de la versión oral y escrita de los conquistadores, las modalidades comunes en los cantares medievales y en los tradicionales del país. Tras un detenido trabajo que abarca extensos capítulos sobre la glosa, en su paso al Nuevo Mundo y, especialmente, a la actual República Argentina, sobre el romancero y las combinaciones métricas medievales comunes en nuestros cantares tradicionales, llega a la consideración de representativas piezas poéticas y al carácter de la supervivencia que las hace llegar hasta este siglo.
Juan Alfonso Carrizo, militante católico y parte del pueblo criollo argentino de la región más conservadora de la tradicional cultura hispánica, formaba parte, y no podía ser de otra manera, del movimiento tradicional que se oponía, desde el comienzo de nuestra
Revolución de Mayo de 1810, a la llamada ilustración, de raíz laica, sometida a los principios filosóficos de la Revolución Francesa. Su trabajo científico, estudiando nuestra poesía tradicional, le dio más argumentos para concebir una restauración de la escuela basada sobre los principios católicos y su bregar fue constante por verla entronizada.
Aportó un material inmenso, de primera agua, para demostrar cuál era la génesis de nuestra tradición y, si bien no triunfó su tesis y él ha sido olvidado como historiador de la cultura tradicional, el ingente material que recolectó para poner en evidencia su pensamiento, permanece intangible y a salvo para ser utilizado por los que deberán historiar las ideologías argentinas y es un bastión incólume para la nacionalidad argentina.
A cien años de su nacimiento, los argentinos nos encontramos, hoy en día, en un confusionismo cultural que no nos permite entrever una solución a este magno problema de poseer un claro concepto del destino de grandeza que pensábamos le estaba reservado a la República Argentina.

Julián Cáceres Freyre

Juan Manuel Aragón (padre)

Esta nota es el prólogo del libro inédito “Folklore santiagueño”, con las recopilaciones hechas por el autor catamarqueño en Santiago. Como la de las páginas 6 y 7 fue cedida a esta revista por su hijo Juan Manuel Aragón.


Don Julián Cáceres Freyre contaba que su abuelo, Pedro Celestino Cáceres Espíndola, santiagueño, viajando hacia Córdoba se encontró con una partida al mando del general Peñaloza. El general lo invitó a cambiar de destino y que en vez de Córdoba se fuera a La Rioja. Y así lo hizo, afincándose allí. El 3 de junio de 1916 don Julián nació en Buenos Aires, pero teniendo muy presente su origen provinciano y campesino. Hasta su muerte -en mayo de 1999- conservó una propiedad en Ascha, Aimogasta, que más que como fuente de ingresos le servía de lazo con la tierra amada.
Vivió su infancia en La Rioja, y se interesó por las historias y las antigüedades de su tierra. En Buenos Aires estudió arqueología, conocimientos que aplicó para analizar y clasificar el material indígena sacado a la luz por él al descubrir las ruinas del fuerte de San Blas del Pantano, en los límites de La Rioja con Catamarca.

La Organización de Estados Americanos le encomendó estudios antropológicos en Méjico; diez años después publicó una antropología cultural comparada entre el sudoeste de los Estados Unidos y el noroeste argentino. En 1961 publicó un “Diccionario de regionalismos de la provincia de La Rioja”. Entre 1958 y 1980 dirigió el Instituto Nacional de Antropología. Fue miembro fundador de la Academia Nacional de Geografía, presidente del Instituto Bonaerense de Numismática, miembro correspondiente de la Academia Nacional de la Historia. En su casa -un antiguo y amplio departamento de la calle Callao al 600- reunió una biblioteca de unos cuarenta mil ejemplares, valiosísima, especializada en las materias a las que estaba consagrado. Además tenía algunos aperos criollos de su tierra, para mostrar a las visitas. Poco antes de morir brindó su asesoramiento para una exposición en Buenos Aires de peleros tejidos en telares. Estuvo, mientras su salud se lo permitió, estudiado constantemente, haciendo conocer las cosas de la tierra y brindando su apoyo a la difusión de su cultura. Hasta sus últimos días se esmeraba en la preparación de un libro sobre las antiguas librerías de Buenos Aires.
En 1948 vino a Santiago del Estero. Orestes Di Lullo, que ya había realizado investigaciones folklóricas aplicando las técnicas y criterios desarrollados por Juan Alfonso Carrizo, lo puso en contacto con sus amigos, especialmente de Loreto, Atamisqui, Salavina y Río Hondo. Don Julián, además de sus consultas a gente conocedora y de tomar unas doscientas fotografías, pidió a los maestros de escuela que recogieran de sus alumnos los conocimientos folklóricos vivos, lo que han aprendido en sus hogares. Esta recopilación, por lo engorroso que resulta descifrar la letra de chicos que recién tienen un somero contacto con la escritura, quedó postergada mientras Cáceres destinaba su atención a investigaciones más trascendentes. En 1995 entregó este material al ingeniero Juan Manuel Aragón, en Santiago, para ser analizado y pasado en limpio. Aragón escribió el libro “Folklore santiagueño”, una de cuyas copias envió a la viuda de Julián Cáceres, ya que unos meses antes, había fallecido.

Compromiso

El actor Yan Pilán desde hace varios años se empeña en hacer de su vocación una propuesta profesional dentro de la escena santiagueña con su emprendimiento “La Casa”, una de las mejores muestras del teatro independiente. Atrás quedaron años como monje de clausura y su paso por la facultad de Derecho. “Había que romper ese estigma de la actividad independiente; hoy estoy absolutamente convencido que querer es poder. Todo lo que logramos lo testimonia”, dijo.
El teatro lo reafirma.
“En el curso de mi vida teatral llegó el momento en que comprendí que el arte era algo más que un gusto personal. Fue cuando descubrí junto a otra gente que era necesario para nosotros. Comprendimos que la experiencia del hecho teatral era esencial a nuestras vidas, como grupo. Nos dimos cuenta que no podíamos dejar de hacer teatro”, reflexiona.

Asegura que comprendió que el teatro comenzaba a exigirle, dejando de ser un simple gusto para convertirse en una necesidad vital.
En los últimos años ha demostrado que puede ser considerado el protagonista de un teatro comprometido. “Todos somos eternos buscadores, esto me hace orientar hacia el compromiso social”, sentencia.
Habrá que creerle.

Sábados


Juan Manuel Aragón

Sin él, los sábados tendrían otro sabor. El Cabezón Paz sabe que tiene que arrimar las mesas los sábados a la mañana, porque allí se juntarán conspicuos amigos a compartir unas empanadas, a pelearse y despelearse por un quítame allá esa fotografía, esa política, esa pintura, esa poesía o aquel verso mal entrazado que apareció un día en tal suplemento.
Martín Bunge le irá dando forma a una mañana que no alcanza a ser recuerdo cuando ya se termina del todo. Y los demás, Meneco Taboada, Raúl Lima, Santi Olmedo, Pío Montenegro, Ricardo Aznárez más algunas fugaces apariciones, completarán un cuadro que nunca termina de ser pintado del todo porque algunos personajes entran y salen de foco a cada instante.


En medio de todos estará siempre presente dando vueltas el alma de Santiago Carrillo, enorme, cantándole a Santiago, ya sea desde la síncopa de una chacarera o de la melodía cadenciosa de una zamba de las de antes, cuando el mundo no sospechaba que el jazz llegaría a ser la lengua franca de los nuevos tiempos.
La Rosa mirará a todos cual ángel custodio relegado a la cocina y una de las chicas de cemento que miran el bar desde la pared de allá, guiñará un ojo a la siesta que se avecina.
Los rumores acerca del levantamiento de este ya mítico lugar de las mañanas de la ciudad, hace tiempo que se esfumaron. Por suerte todavía no hay que lamentar una baja, otra más, de los recuerdos entrañables de Santiago, dice uno, recordando el Trust Pastelero la vieja fuente, el Farolito o el boliche de Turichi, en La Banda.
Que los duendes que protegen a Paulino y su sombra, pidiendo una moneda para comer, sigan cubriendo el bar de los Cabezones, sería un deseo. Que el Guarachero no entre más a molestar con su guaracha y su pegosa voz, sería otro.