28 de mayo de 2008

La ley y el porcentaje


Uno de los supuestos logros del proyecto de ley nacional de educación, seria que el estado nacional se compromete a destinar un tanto por ciento de los gastos de presupuesto nacional a este rubro. Lo primeroes un deja vu por la promesa, ya fue dicha tantas veces que ni siquiera hemos reparado en que puede tratarse de una mentira. No una mentira en el sentido de que el gobierno vaya a olvidarse de cumplir esta cláusula, aunque de estos olvidos podríamos hablar mucho. La mentira es el número porque, puestos a ver, qué garantiza, supongamos, un 6 por ciento del presupuesto o el 8 por ciento o la mitad. Nada. Quiero decir, el 6 por ciento puede ser suficiente para que tengamos sueldos decentes, escuelas en condiciones, material didáctico a discreción y comida para los chicos. O puede no serlo. Podría darse el caso de que con menos se garantizaran nuestras necesidades. ¡O que con el 20 siguiéramos tan insatisfechos como ahora!

En la Argentina siempre se pensó que la economía era una cuestión de medios, no de resultados. Por caso, la convertibilidad parecía una panacea para todos los males de la Argentina, se la cuidaba como si hubiera sido un fin en sí misma, cuando no era más que un medio. Lo mismo ha pasado antes con el dólar bajo, el dólar alto, el proteccionismo, el librecambismo, los premios y los castigos a los productores o a otros sectores de la vida nacional.

Otro pensamiento extendido es que las leyes son la solución a los males que aquejan a los argentinos. ¿Hay violencia en el fútbol?, hagamos una ley que reprima a los violentos o elevemos las penas. ¿Se mueren de hambre los chicos? Obliguemos, por ley, a que los dueños de los alimentos los repartan entre ellos. ¿Se embarazan jóvenes las chicas? Sancionemos una norma que obligue a las escuelas a enseñarles educación genital. Cuando no se recurre a expedientes tan simples e inocentes como prohibir a los bares que vendan alcohol a los jóvenes ¡y creer que con eso se resuelve el problema del alcoholismo juvenil!

Algo así viene pasando con la educación. Lo que se veía, cuando se sancionó la famosa ley federal, que nos obligó a "reconvertirnos" (sic), es que los alumnos salían de la vieja escuela secundaria cada vez menos preparados para afrontar, no solamente las exigencias de la universidad sino también algunos de los más simples barquinazos con que los podía esperar la vida.

A unos cuantos años de sancionada esa ley, se observa que se profundizaron las faltas de los alumnos. Fue peor el remedio que la enfermedad. No hay que recordar porque todos lo saben, que la ley federal fue sancionada por la unanimidad de los legisladores argentinos. No hubo una sola voz que dijera esto no va a servir para nada, con esta ley no vamos para atrás ni para adelante, seguimos yendo hacia el desastre. No. La mayoría de los docentes encaramos con más penas que gloria nuestra obligada "reconversión", so pena de quedar fuera del sistema.

Ahora nos salen con que, en una de esas, el sistema anterior era mejor que éste, que quizás tengamos que volver atrás y encarar la re-reconversión. Es mucho.

Tal vez el problema sea de gestión, más que de medios, de saber gestionar la educación, de poner en marcha los mecanismos de las leyes para enseñar a los chicos, de no quedarnos en su letra fría sino de interpretarla como mejor convenga a los intereses de los alumnos. Quizás vaya siendo tiempo de mirar el horizonte, de cumplir objetivos antes que poner en marcha medios, que no sabemos si son los mejores para conseguir lo que se busca.

Hay que pedir que la ley que sancionarán los diputados y senadores nacionales, en vez de otorgar un porcentaje equis del presupuesto nacional para la educación, establezca que cada docente que se inicia ganará como sueldo básico un tanto por ciento más que lo que el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos dice que debe cobrar para no ser pobre y que ese sueldo será ajustable periódicamente.

De ahí para arriba habrá que adicionar la antigüedad, la jerarquía, los cursos, los títulos. Que cada escuela deberá tener aulas con tales y cuáles características y que -por dar solamente un parámetro- ningún maestro enseñará a más de 25 alumnos. Ya que estamos, se podría pedir que la ley establezca también que el material didáctico no deberá faltar en ninguna escuela y que la comida que se ofrecerá a los alumnos tendrá tantas calorías o será de tales o cuáles características. Que al salir del secundario o como quiera que se llame entonces, los alumnos deberán rendir un examen sobre tales y cuáles temas y el que no lo apruebe será aplazado tantas veces sea necesario hasta que aprenda.

Entonces -y no antes- podrá hablarse de una ley que pretenda solucionar los problemas que la educación padece actualmente. De otra forma, seguiremos dando vueltas a lo mismo.

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