8 de julio de 2008

Indio

Juan Manuel Aragón

Quizás estén construyendo un recuerdo, se dice saboreando un chipaco corazón adentro del barrio Huaico Hondo, mientras mira revolear pañuelos en una zamba a muchachos y chicas entusiasmados. Observa que, para no perder la gracia muchos de los danzarines llevan los pies descalzos. La tarde es un frágil algarrobito blanco que
esconde el horizonte, una nube de coyuyos emerge del canal cada vez que cesa el retumbar del bombo, el arpegio de la guitarra, la voz ronca del cantor. Enero pasa cantando los domingos en la casa de Froilán. Dicen que la fiesta seguirá hasta bien entrado el lunes. En un escenario ya no tan improvisado como el de los primeros tiempos, canta un salteño. Su calzado es la ya tradicional ojota con hombres y mujeres han vuelto a proteger los pies de las inclemencias del suelo.
Una ushuta rediviva se mueve al compás de una ¿chacarera?, jujeña. Ya no es el mismo lugar de culto que conoció, el patio de Froilán. Ahora hasta hay un lugar para los artesanos. Y mesitas y bancos bajo los árboles blancos, para que la gente no tenga que traer sus propios asientos.
Dentro de unos años, cuando el Santiago de hoy sea otro recuerdo en el recuerdo, algunas de las chicas que mostraban su donaire en ese patio

de tierra, dirán que ellas también bailaron en Froilán, que era lindo este tiempo de zamba y chacarera bajo un cielo de domingo, compartiendo el día con la familia. El domingo sigue pasando manso por el canal, una pareja se adentra en el hotel alojamiento y los golfistas le dan duro a la pelotita, que caerá, si Dios quiere, cerca del hoyo uno. Después habrá festejo. Con whisky, por supuesto.

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