13 de julio de 2008

Palabras

Vanguardia

Juan José Sebrelli
“La vanguardia sólo reconoce y reivindica lo fortuito, el desorden, la inestabilidad, el absurdo, la destrucción; lo clásico no ignora el azar, pero tampoco la necesidad; no niega lo irracional sino que lo contiene y lo supera; confía en hacer de lo fugaz algo imperecedero, del caos un cosmos, y a pesar del absurdo, encontrar un sentido del ser. La vanguardia no sólo quiere destruir lo clásico sino que, por su misma lógica interna, por su culto a la novedad que pronto debe ser desplazada por otra más nueva, está condenada a autodestruirse. Si algo perdura de la vanguardia no es por sí misma sino, irónicamente, a través de la tradición clásica que la recupera en su trayecto histórico, porque también el error forma parte de la verdad y al negarlo lo conserva en cierto modo; el carácter constructivo triunfa, de esa manera, sobre la pura destrucción.”
El asedio de la modernidad



Arcano 17

Octavio Paz
"En Arcano 17, André Breton habla de una estrella que hace palidecer a las otras: el lucero de la mañana, Lucifer, ángel de la rebelión. Su luz la forman tres elementos: la libertad, el amor y la poesía. Cada uno de ellos se refleja en los otros dos, como tres astros que cruzan sus rayos para formar una estrella única."
Las peras del olmo

El muerto

Julián Rodríguez
La noche anterior fui a ver al Muerto.
Lo habían trasladado a la habitación 202: sólo una cama estrecha con mil botones en su cabecero. Y el gotero a un lado. Y al otro, una máquina provista de una pantalla digital.
En realidad el Muerto aún no había muerto, pero ya lo estaban enterrando: a la puerta de la habitación hablaban del nicho, de las coronas de flores, de cuánto costaría todo aquello.
Al Muerto, calcularon, le quedaban siete días de vida.
Suficientes para crear el mundo, pensé.
Él no sabía que iba a morir, nadie se lo había dicho. Aunque podía esperárselo: había adelgazado treinta kilos y su piel tenía un color amarillento. Y su barriga era lo único terso, tirante como la de una embarazada, en todo aquel cuerpo. Y tartamudeaba: las palabras iban y venían por su boca y por sus fosas nasales: un airecillo que olía a agua sucia. Dentro de él, había dicho el cirujano después de coserlo, estaba todo podrido.
No podemos hacer nada, prometió.
Una promesa fácil de cumplir.
Ninguna necesidad

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