14 de agosto de 2008

Historia de Icaño



La comisión municipal de Icaño editó un libro, escrito por Julio Carreras (h), próximo a presentarse sobre la rica historia de ese pueblo santiagueño.

La región del centro-oeste de lo que hoy llamamos Santiago del Estero estuvo poblada, a la llegada de los conquistadores, por la comunidad Tonocoté. Estos eran aborígenes pacíficos, pero al ver amenazada la subsistencia de su raza, fueron capaces de combatir de una manera eficaz. Ya lo habían demostrado cuatrocientos años antes de la llegada de los europeos, cuando debieron resistir el ataque de los lules-vilelas, que los invadieron por ser a su vez echados de lo que hoy llamamos El Chaco por los guaicurúes.
Toda esta rica historia –además de otras relacionadas como las de los diaguitas– fue prácticamente ignorada por la historiografía oficial. Para esta, Argentina comienza con la llegada de los españoles.
La Historia de Icaño, en cambio, si bien con un carácter sintético, toma nota de todas las investigaciones efectuadas sobre el pasado remoto de esta región argentina y las registra. Así, profundiza sobre los caracteres de los tonocotés, etnia de la región, y sus avatares con relación a comechingones, diaguitas, sanavirones y otros aborígenes de aquella época.
También toma los aspectos más destacados de la evolución de este pueblo singular, donde vivieron los Hermanos Wagner y el Conde del Castaño, miembro de la familia Anchorena y donde los Taboada, Thomas J. Page y Esteban Rams soñaron con abrir una vía de exportación a través del Río Salado.
A continuación un fragmento de este libro, editado por la Comisión Municipal de Icaño:
Bajo el influjo de Matará

"Icaño pertenecía a la jurisdicción del Bracho y era entonces una importante zona ganadera", narra Di Lullo refiriéndose al periodo que va desde el siglo XVIII al XIX, hasta la Ley provincial de 1891.
En El Bracho se había levantado un fuerte para defender las conquistas de los españoles, que venían avanzando desde el Norte y apropiándose de la tierra indígena palmo a palmo. En el periodo hispano, era también llamado Lasco.
Con el tiempo, fue convirtiéndose en un "poblacho, más, ganado al desierto", frontera extrema en el combate contra los indios, y dique de contención para sus ataques.
Actuaba también como protección para la zona más próspera de la Provincia: Matará. De esta última, salieron quienes gobernarían con dura mano y escasa proyección política a Santiago del Estero, durante más de cincuenta años. Los Ibarra y los Taboada. Paulatinamente, fueron arribando familias completas a esta región, luego de la primera oleada de guerreros y más tarde viudas, que Aguirre importara de Chile. A lo largo del siglo XVI, españoles que venían con el ánimo de establecerse definitivamente en estas tierras, fueron formando lo que sería más tarde la estructura social de una clase gobernante en Santiago.
Dependiente del Virreynato del Perú y la Audiencia de Charcas, Santiago del Estero, tenía sin embargo cierta autonomía, como casi todas las regiones, por causa de las largas distancias que dificultaban el cumplimiento de directivas emanadas de la autoridad central. Debido a ello, fueron estableciéndose, además de las autoridades instituidas –frecuentemente por el mero recurso del golpe militar– grupos familiares que se mantuvieron constantemente ligados al poder en la provincia.
Así, los Ibarra, de quienes los archivos históricos de la provincia registran ya en el siglo XVI representantes poderosos. En 1651, aparece ya un tal don Juan de Ibarra y Argañarás de Murguía, quien fue "Maestre de Campo y Señor de las Encomiendas de Ampata, Ampatilla y Atacama". También "D. Simón Gerónimo de Ibarra Argañarás y Busto" (1670), ambos criollos, nacidos en la "ciudad de Matará".
Dicha población llega a constituir, en el siglo XVIII, un conglomerado económico y social mucho más importante que la misma capital de Santiago. Poderosos grupos familiares se disputan el dominio de esta comunidad, que tiene en el siglo XIX "17.000 habitantes, mientras la Capital y los Departamentos no pasaban de 10.000" (Di Lullo).
De Matará se nos informa que "en 1731 nace en este pueblo D. Simón Gerónimo de Ibarra y Xeres que ocupará desde 1765 a 1781, durante veinte años, el cargo de Alcalde de Santiago del Estero y de la Santa Hermandad en 1789".
De esta raíz familiar proviene quien sería el gobernador de Santiago durante 31, desde 1820 hasta su muerte, ocurrida en julio de 1851: el brigadier general Juan Felipe Ibarra.
Más allá de las adhesiones o rechazos sentimentales que pudiera provocar la personalidad de Ibarra, debe reconocerse que no hizo otra cosa que prolongar el método de "gobierno" inaugurado aquí por los primeros conquistadores, salvo raras excepciones. Es decir, una mera administración de los recursos existentes, para garantizar en primer lugar la existencia privilegiada de las familias gobernantes, junto a una mezquina distribución de los excedentes con el propósito fundamentalmente de evitar alzamientos insurreccionales.
De tal modo Santiago del Estero vegetó durante siglos, sin establecerse ningún tipo de industrias o sistemas racionales de producción que permitieran algún desarrollo orgánico, en ningún rubro.
Salvo en el período de Gerónimo Luis de Cabrera, quien fundaría Córdoba partiendo de Santiago del Estero, y más tarde bajo la caudillesca influencia del obispo Francisco Vitoria, no hubo en esta provincia mayores intentos de organización industrial o agrícola sustentable.
De este obispo, Vitoria, singularmente destaca una crónica que "había tenido dificultades con el Santo Oficio Limeño", por ser "portugués, descendiente de judío natural, de señal conocido". Esto ocurre en la década de 1580, en que el rey Felipe II asume la conducción del Santo Oficio de la Inquisición en España y Portugal, infundiendo un nuevo impulso a la persecución de "herejes" en el ya decadente Imperio Español.
Ya en el periodo de la Independencia, ideas revolucionarias y reivindicatorias se sustentan en las propuestas de los grandes líderes. Como la de San Martín y Belgrano, de establecer un gran reino en el ex Virreynato del Río de la Plata restituyendo el trono a un descendiente de los Incas. Finalmente, como suele ocurrir, van prevaleciendo el sentido común, los intereses particulares y el pragmatismo de cada caudillo de provincia.
Santiago del Estero no es la excepción, y desde la Independencia en adelante se establece, como ya dijimos, el unicato de las familias Ibarra-Taboada, hasta casi finalizado el siglo XIX.
Icaño por entonces permanece en un suspenso latente, apenas como pequeñísimo poblado cuya única importancia está ligada a su cercanía con El Bracho. Este con el tiempo se ha convertido en el Campo de Concentración donde se destierra a los enemigos de Ibarra, habitado por fantasmales soldados, que trabajan sin paga, sólo por el derecho de obtener algunos magros recursos de la tierra.
Los Taboada perpetuarían ese nefasto destino para este "poblacho" y fuerte, donde se desterraba, torturaba, asesinaba o se abandonaba a su suerte, entre las fieras, a los opositores de los dictadores. Dentro de este esquema, los pequeños conglomerados poblacionales como Navicha, Yacasnioj o Icaño asumen sólo una importancia subsidiaria.
Hasta 1851, en que el general Antonino Taboada emprende su proyecto de navegación del Río Salado, período de 20 años en que cobra súbita fama toda la región, incluyendo a Icaño.
En 1855 se efectúa la mencionada expedición, comandada por Taboada y el marino estadounidense Thomas J. Page. En el vapor de guerra "Water Witch", junto a unos 25 hombres, descendieron el Río Salado desde la estancia de los Taboada "situada a 18 leguas Este Nordeste de Santiago y 24 leguas Noroeste de Matará hasta Sandía Paso, situado a 45 leguas –que hicieron a caballo– de Monte Aguará, límite extremo a que llegó el mismo Page desde Santa Fe con el vapor «Yerba». El bote que usaron para recorrer el Salado río abajo fue transportado en carreta desde aquella arteria fluvial".
La noticia de la navegabilidad del salado cunde, el gobierno nacional condecora a Taboada, y se fogonea el entusiasmo ante la posibilidad para las provincias de encontrar un cauce alternativo al tapón regulado en el puerto de Buenos Aires por la oligarquía porteña.
En ese horizonte es que aparece Esteban Rams, empresario de origen europeo, que consigue grandes concesiones a cambio de un trabajo que nunca terminó: establecer definitivamente una vía fluvial a través de este río.
Desde antes de iniciar el trabajo, Rams ya recibe como "indemnización" cien leguas de tierra, algunas de estas en el actual territorio de Icaño. El entusiasmo es tan grande, que para la firma de ese convenio se efectúa un acto público, con la presencia de las principales autoridades provinciales, donde se procedió a "inaugurar la obra de canalización, desmonte y limpia del antiguo cauce del Río Saldo (Juramento)". El acta de ese acontecimiento nos informa que "se procedió por el expresado Cura y Vicario Foráneo a la bendición de la obra con las ceremonias de costumbre en estos casos, después de lo que el padrino del acto, S.E. el señor Gobernador, dió el primer azadonazo dentro del mencionado cauce, y el primer hachazo a uno de los árboles que allí había, continuando de la misma manera los demás señores presentes, se cantó el Te Deum invocando la protección del Altísimo para la consecución de un fin que significa e importa la vida moral y física, no sólo de esta provincia, sino también de todas las del interior".
Este libro, compuesto por Julio Carreras (h), será presentado en Icaño el 29 de septiembre de 2007, en Buenos Aires, el 12 de octubre de este mismo año y en Santiago del Estero durante noviembre, en fecha a confirmar.

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