8 de agosto de 2008

Vibraciones del aire

Es una idea vieja sobre la que muchas veces se vuelve la que sostiene que los escritores, los pintores, los escultores, los músicos, los actores, suelen adelantarse a su tiempo, expresar problemas que los políticos no han visto todavía y de los que posiblemente se hablará durante los próximos años.
José Hernández planteó el problema del indio, esbozó algunos de los sentimientos de los argentinos sobre los inmigrantes y definió lo que seguiría siendo la justicia por muchos años en la Argentina, entre otros asuntos que seguimos sin resolver. Raúl Scalabrini Ortiz, después de publicar una novela, "El hombre que está solo y espera" que lo ubicó entre los niños mimados de la sociedad porteña, eligió la investigación para denunciar los dramas que causaba la expoliación argentina por el capital internacional y sus cómplices locales; pero en esa novela está el germen de su obra posterior, allí figuran, con trazo grueso, algunas de las características del porteño que aún hoy tratan de desentrañar algunos estudiosos. El cuentista uruguayo Horacio Quiroga también devela, descubre y muestra la pelea que tenemos desde siempre contra los molinos de viento de nuestro propio territorio: en muchos de sus cuentos el hombre se rebela contra la naturaleza, un campesino cualquiera, con especial fatalismo ve con rabia que la muerte lo ha emboscado inexorablemente en el alambrado de un bananal y que no puede hacer nada para evitarla, en cierta manera es un rasgo típicamente argentino, mejor dicho, uno de los rasgos que servirían para caracterizar a un hombre nacido en estas tierras.
La obra más conocida del más afamado de los escritores santiagueños, Ricardo Rojas, lleva por nombre, justamente "El país de la selva", escrita cuando el drama del quebrachal tumbado no se había planteado aún en toda su crudeza. Más de cien años después de la llegada del tren a la provincia, todavía se discute con pasión la historia de los durmientes del ferrocarril, el destino de los miles de hacheros que todavía quedan, la tenencia de tierras mal habidas por empresas forestales extranjeras y el papel que debe jugar el Estado en este problema. ¿Hay que decirlo? Ricardo Rojas lo había adelantado.
Los políticos más avezados no son capaces de anticiparse y plantear los cambios que se vienen, los problemas que se avecinan, lo que preocupará a la gente en los próximos diez o vente años, o más.
Suponiendo que fueran buenos políticos, de los que se ocupan de desentrañar los dramas de la gente para proponer soluciones honestas, no tienen cómo saber lo que se viene, con una percepción que sí tienen los escritores y otros artistas y que no la otorga el estudio frío de los números sino una especial contemplación de las cosas que proviene del arte.
Por eso esta revista hurga en las raíces de los escritores y poetas actuales, preguntándoles qué se viene, a qué hay que temerle, cómo se sobrevive en medio de una vorágine de ideas cada vez más confusas y enrevesadas como la que inunda las vidrieras de las librerías en los últimos tiempos.
Uno de los errores en que incurren los hombres públicos de todos los tiempos, es haber pretendido hallar las soluciones a los dramas de la gente en la pura acción, sin fijarse en que quizás lo que buscaban estaba en las vidriera de las librerías, en los cuentos, en las leyendas, en las obras de teatro, en las novelas, en algunos ensayos, en las exposiciones de cuadros, en las esculturas, en las instalaciones de los artistas plásticos, en las chacareras y guarachas, en definitiva en la producción de esos artistas que no tienen nada que perder en la vida sólo porque buscan un poco de sinceridad en la fantasía de las letras, las formas y las vibraciones del aire cuando se lanzan, como lo vienen haciendo desde siempre, a servir la belleza. Y la verdad.

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